No caben dudas de que los sistemas educativos en el mundo son todos complejos, y el de República Dominicana no es la excepción. Hacedores de política educativa, funcionarios de diferentes niveles, padres, madres y amigos de la escuela, proveedores de bienes y servicios de todo tipo, estudiantes de distintas edades provenientes, en su totalidad, tanto de familias funcionales como disfuncionales, habitando, en un alto porcentaje, en zonas y lugares vulnerables, docentes con niveles de formación diferentes, igual que sus expectativas, y una extraña Asociación Dominicana de Profesores (ADP), conforman un difícil entramado cuyo desempeño atenta, casi siempre, y sin que se lo propongan, con el objetivo fundamental de la educación: que los niños y niñas aprendan.
El problema central es que la mayoría de estos actores observan al sistema educativo desde sus propios intereses, en tanto que los hacedores de la política educativa se pasan más tiempo conciliando estos intereses que pensando el futuro de dicho sistema, mientras que los proveedores de bienes y servicios educativos se han convertido, de pronto, en un actor que solo responde a sus negocios, ajenos a los resultados que se quieren lograr en términos de aprendizaje y en cuanto a la mejora de los indicadores educativos. Y qué decir de la ADP, gremio magisterial que, con sus actuaciones recurrentes, parece más un enemigo del sistema que una parte importante del tinglado que busca crear un entorno favorable para el funcionamiento del sector.
La llegada del covid-19 hizo aún más complejo el funcionamiento del sector educativo mundial y del sector educativo dominicano, en particular. De repente, y sin estar preparados, se tuvo que montar un sistema educativo virtual, tratando de mantener un esquema de enseñanza y aprendizaje, al mismo tiempo que los propios docentes, estudiantes y personal administrativo, trataban de entender la tecnología que debían utilizar para ese proceso de aprendizaje.
Para el Banco Mundial, esta fue la mayor disrupción en la historia del sector educativo de América Latina y el Caribe. El pronóstico de ese organismo internacional, en su momento, era que “A pesar de los enormes esfuerzos realizados por los países para tratar de minimizar la falta de educación presencial a través de educación a distancia, el impacto sobre la educación está siendo demasiado alto y los aprendizajes se están desplomando en la región. La pobreza de aprendizaje al final de la educación primaria podría aumentar en más de 20%. Más de 2 de cada 3 estudiantes de educación secundaria podrían caer por debajo de los niveles mínimos de rendimiento esperados y las pérdidas de aprendizaje serán mayores en los estudiantes más desfavorecidos”. Toda una tragedia educativa.
Por otro lado, cuando se pensaba que la asignación presupuestaria del 4% a la educación dominicana vendría a resolver todos los problemas vinculados al sistema educativo, al parecer fue todo lo contrario, pues en adición a la complejidad con que funcionaba dicho sistema, esto se complementó con la aparición del “negocio educativo”, y ahora todos querían ser proveedores del Minerd e Inabie, mientras la ADP se centraba en lo que más le gusta: aumentos salariales, paros y rechazo a la presencialidad. ¿Y los resultados de los aprendizajes? Muy bien, gracias. Pero algún día, en algún momento, se acabarán las vicisitudes del sistema educativo dominicano.