“Si la gente tiene tiempo de ser mezquina, es señal de que no están suficientemente ocupados con su trabajo”- Julio Santana
He tenido el tiempo y la dicha de ver actuar al ballet folclórico del Ministerio de Turismo. En parques, hoteles, instituciones, en las habituales bienvenidas a turistas, escuelas, universidades y coloridas presentaciones en casi todo el mundo nuestros grupos de bailarines combinan gracia, elasticidad mágica, pasión y vocación a toda prueba. En sus cuerpos lucen nuestros encantadores colores patrios bajo el dominio deslumbrante de los más sofisticados tecnicismos de los bailes tradicionales.
Cuando los veo danzar, asombrando al público con sus vueltas inflamadas de coloridos matices y energía, siento que nuestro ballet folclórico es una celebración de la vida, un vigoroso intento de rescate de las esencias nacionales y una inmersión agradable en nuestro rico acervo cultural, identidad nacional y costumbres.
Estos sobrevivientes del folclor son portadores de cohesión social y de hermosos y languidecientes recuerdos de la población adulta de este país. Un poderoso ingrediente para estimular el despertar del sentido nacional de los jóvenes, inmersos hoy en los ruidos y vulgaridades que pretenden ser música, así como en las banalidades perniciosas de este siglo de las redes de idiotas.
Los bailes ancestrales nuestros encarnan una especie de comunicación divina. Son en realidad una genuina expresión del hondo y profundo sentir de los habitantes de nuestra isla dominicana. Representan en definitiva la síntesis de costumbres, tradiciones y manifestaciones artísticas del pueblo dominicano, de sus mitos y realidades. Nuestro ballet folclórico ayuda a fortalecer nuestro sentido de comunidad, nos alegra y nos une.
¡Pero vaya sorpresa! En el Ministerio de Turismo (Mitur) el grupo que representa el Ballet Folclórico gana menos de 20 mil pesos mensuales (por un monitoreo de Twitter pagan hasta 70 mil pesos) y sus viáticos llegan cuando ya se han consumido diez veces. ¿Cómo puede estar pasando esto cuando esos jóvenes maestros de la danza proyectan parte importante de nuestro acervo cultural ante reyes y príncipes, visitantes extranjeros de todas las clases sociales y espectadores de decenas de naciones del mundo? Todos ellos quedan maravillados e impresionados por la maestría y el tecnicismo de estos formidables bailarines -algunos ya entrando en la madurez-, como pudimos constatar recientemente en Mónaco.
Lamentablemente, no se estimula el verdadero arte con un sueldo cebolla: uno de un jornalero cualquiera, de miseria y vergüenza. El Ballet Folclórico debería ser no del Mitur, sino Nacional, adscrito al Ministerio de Cultura, asegurando condiciones de vida dignas para todos sus integrantes. Algunos de los más veteranos han dedicado al baile toda su juventud, superando ya las dos décadas.
Son potenciales maestros de las nuevas generaciones de bailarines, los futuros estandartes de la multi-arista danza criolla.
Ellos no tienen regularmente fines de semana, las vacaciones son muy esporádicas, el bajo nivel de sus retribuciones les obliga a buscar alternativas en las calles para sobrevivir junto a sus familias y sus necesidades de nuevos trajes o diseños y atavíos no entra dentro del multimillonario presupuesto del ministerio.
¿Puede estimularse así de manera efectiva una actividad tan noble y necesaria para la preservación de nuestros valores nacionales? ¿Podemos garantizar con sueldos de menos de 20 mil pesos el atractivo del ballet folclórico para las nuevas generaciones? ¿Debemos seguir estimulando las contradicciones insufribles entre sobrevivencia y verdadero arte popular?
Gastamos millones estimulando la llamada música urbana, que para nosotros es la antítesis de toda verdadera música. Algunos ministerios hasta financian presentaciones de esos nuevos falsos héroes de nuestros tiempos, reguetoneros o como se llamen. Mientras, a los portadores de las verdaderas raíces del arte popular se les maltrata con sueldos cebolla, como dice la sabiduría popular. Si un ministerio tiene tiempo de ser mezquino con lo más importante que importante, entonces podría suponerse que no está verdaderamente ocupado con su misión.