Comúnmente, se manejan datos que dan cuenta de la importancia de las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), sobre todo en las economías en desarrollo.
En efecto, la contribución a la formación del producto interno bruto (PIB), a la generación de empleos, así como el número de mipymes que existen, son las variables que más se destacan al momento de evaluar a estas unidades de menor tamaño. La recuperación económica pospandemia de la mayoría de los países se sustentó, fundamentalmente, en la reactivación de las mipymes.
Según un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), las mipymes representan alrededor del 99% del total de empresas y dan empleo al 67% del total de trabajadores. Sin embargo, el estudio también resalta los problemas vinculados a la baja productividad de este tipo de unidades significando que, por ejemplo, las empresas grandes tienen niveles de productividad hasta 33 veces la de las microempresas y hasta seis para las pequeñas.
En ese mismo orden, se revela que solamente el 10% de las pymes latinoamericanas exporta parte de su producción, frente a la fracción de pymes exportadoras en Europa que es, de al menos, el 40% del total.
Más allá de las estadísticas, el ecosistema mipyme tiene un conjunto de características y condiciones que, en la mayoría de los casos, pasa desapercibido cuando se realizan análisis. Por ejemplo, detrás de cada microempresa y/o pequeña empresa existe una cultura, una forma de ver los negocios, y un modus operandi que la hace única.
La mentalidad de los microempresarios muchas veces es de sobrevivencia, es decir, no visualizan la rentabilidad como un resultado que se puede calcular, al tiempo que la organización interna de la producción y de otras áreas puede no ser una preocupación, lo mismo que la sistematización de la información contable y financiera.
Otro elemento en la dinámica de las mipymes es que existe poca o ninguna preocupación por la medición de la productividad, lo mismo que por su incremento y mejoría.
Dada su naturaleza, son poco dadas al relevo generacional, debido a lo cual muchas se estancan en su proceso de desarrollo y son un caldo de cultivo para la quiebra.
A pesar de todo lo anterior, las mipymes constituyen casi la única salida que tienen sectores vulnerables, trabajadores informales y emprendedores para crear una iniciativa de negocio y, a su vez, generar los ingresos necesarios que les permita salir de la pobreza y aportar al desarrollo económico nacional.