Un millón de pesos no es mucho dinero. Sin embargo, podríamos decir que eso depende. Para un millonario que anualmente obtiene utilidades netas por RD$60 millones, los cuales reinvierte en otros negocios que multiplican ese capital, podríamos estar hablando de “paja de coco”.
Ahora bien, si ese millón de pesos (RD$1,000,000) lo recibe una persona asalariada, que no tiene posibilidades de recibir utilidades porque simplemente no tiene inversiones, entonces el cuento podría tener otro final. ¿Qué haría un rico y un pobre con el mismo millón de pesos? ¿Cuáles son las prioridades de uno y otro, partiendo de las necesidades relacionadas con su estatus socioeconómico?
Aquí podría entrar en juego la diferencia entre dos conceptos: gastar e invertir. Para el millonario cuyas utilidades anuales superan los RD$60 millones, gastar un millón de pesos no significaría gran cosa, apenas un 1.7% de sus ganancias, pero para un asalariado promedio, que no genere ingresos netos por más de RD$650,000 al año, un millón de pesos representaría 1.5 veces su salario anual.
Si el enfoque es por el lado de la inversión, ese millón de pesos un millonario podría invertirlo en el mercado de valores y posiblemente no significará “gran cosa”, pues si la tasa de retorno anual es a un 12%, su ganancia sería por alrededor de RD$120,000, lo cual no tendría un gran impacto porque se trata de una persona que cada año genera RD$60 millones. Estos RD$120,000 apenas es un 0.2%.
¿Y qué pasa si ese millón de pesos es invertido por una asalariado cuyos ingresos brutos, sin deducir gastos, no superan los RD$650,000? Aquí cambia la situación. Sólo los RD$120,000 representan el 18.4% de sus ingresos brutos por salario, lo que tiene un impacto positivo en las finanzas de esa persona. No es lo mismo RD$120,000 respecto a RD$650,000 que a los RD$60 millones.
El millonario puede hacer lo que desee con ese millón de pesos, pero el asalariado promedio debe pensar muy bien lo que hará, ya que posiblemente ahí está su estabilidad financiera por el resto de sus días. No será rico, y lo podría ser si sabe hacerlo, pero podría vivir con sus necesidades básicas resueltas.
En todo esto hay una variable intangible que sería pertinente analizar. Se trata del nivel de apetito o ambiciones del individuo. Hay personas que son, además de realistas, conformistas, es decir, no les interesa escalar socialmente hacia otro nivel económico de mayor holgura. Su meta es garantizarse una vivienda, un vehículo, pagar los estudios de los hijos y tener algo de ahorros para el ocio. Y está bien, por supuesto, pero también se pueden hacer otras cosas, como sería, por ejemplo, generar valor en la economía a partir de la instalación de alguna unidad productiva.
Una persona sin ambiciones más allá de cubrir lo básico, que no pretenda escalar socialmente, posiblemente se sentará a comerse el millón de pesos o se irá de vacaciones. También puede dejarlo debajo del colchón mientras la inflación se lo engulle. Todo lo contrario, sucede si ese dinero cae en las manos de alguien con la suficiente inteligencia para multiplicarlo. Dependiendo de en qué lo invierta, al año podría tener más del doble.