Nunca como hoy fue tan difícil la decisión de por cuál candidato votar en las elecciones de este domingo cinco de julio. En efecto, la escasez de ideas sensatas y con relativa posibilidad de ser implementadas, ha sido la nota distintiva de esta campaña electoral en República Dominicana y, en virtud de esto, a los electores se les dificulta tener una perspectiva clara de lo que podría ser, y hacer, el gobierno que se instalará en el Palacio Nacional a partir de este próximo 16 de agosto.
A todos se les olvidó que existe una Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo en donde consta todo lo que hay que hacer en el país para lograr un avance significativo en términos políticos, económicos y sociales, y andan ofreciendo obras a diestra y siniestra. Y que, lamentablemente, la nación dominicana nace y muere cada cuatro años, y empezamos a reconstruirla con cada nuevo gobierno, lo que plantea poca o ninguna continuidad del Estado y, peor aún, la transitoriedad de las políticas públicas.
Pero bajo este escenario, y no otro, hay que decidir y votar por quien ofrezca mínimas garantías de que, en primer lugar, entienda el complejo y desolador panorama económico y sanitario que se está viviendo hoy en día, y que lo prioritario es la salud de la gente. Así también, es digno de un voto aquel candidato que vea la corrupción gubernamental como su principal enemigo y la justicia como su mejor aliado, al tiempo que establezca un sistema de consecuencias creíble y practicable.
Debemos votar, a su vez, por aquel candidato que tenga la educación como norte y como la única arma que saca verdaderamente a la gente de la pobreza. Es decir, un candidato que no venda sueños ni que el populismo sea su único canal de comunicación con el pueblo. De la misma manera, debe ser merecedor del favor popular aquel candidato que aspire a mantener la estabilidad macroeconómica, pero con menos desigualdad, en donde las políticas de generación de empleos sea prioritaria y la política de oferta un hecho indiscutible. Un candidato que se preocupe, real y efectivamente, no en anuncios publicitarios, por las micro, pequeñas y medianas empresas, a las que no le ofrezca dádivas, sino condiciones adecuadas de mercado para que estas puedan operar y hacer negocios rentables.
Se debe votar, también, por aquel candidato que se endeude para resolver problemas del país vinculados al desarrollo, no para pagar deuda vieja y utilizar los recursos discrecionalmente. Un candidato consciente de su rol y que su horizonte no sea la eternidad, sino los años que la Constitución le ha asignado. El voto debe ir, además, para aquel que respete las leyes dominicanas y que se comprometa a elevar la inversión en salud, agua y saneamiento. Por demás, quien asegure las reformas estructurales necesarias en los ámbitos del Sistema de Seguridad Social, del Sistema Tributario, del Código Laboral y de otras tareas pendientes, debe ser el candidato por el cual se debe votar.
Aquel proponente que quiera devolver la moral y la decencia a esta sociedad debe ganar en primera o segunda vuelta, lo mismo que aquel que prometa no establecer nexos con el narcotráfico y lo combata desde sus raíces. También, un candidato que debe ganar es uno que no le tiemble el pulso para quitar a un funcionario que el dedo acusador de la sociedad lo señala como corrupto, o corruptor, a partir de pruebas fehacientes e irrefutables. Y será exitoso, además, aquel candidato que sea transparente, no manipule información, ni tampoco vea el erario público como una herencia que le dejaron sus abuelos.
En definitiva, los dominicanos estamos compelidos a elegir a las nuevas autoridades nacionales, pero tendremos que rogar a Dios que lo que venga traigas buenas nuevas más allá de lo que nos quieran vender como percepción.