Esta calamidad del covid-19 ha evidenciado nuestra falta de capacidad en términos de planificación financiera.
En tiempos de pandemia, el riesgo de liquidez ha tomado una mayor dimensión. Nos referimos a la probabilidad de que una unidad productiva, una familia, se quede sin dinero por fluctuaciones del ingreso o del gasto. Miles de hogares están sufriendo diversos problemas financieros pues han visto disminuir o en el peor de los casos desaparecer sus ingresos.
Llevar un hogar sin planificación financiera, sin poder construir un fondo de emergencia, explotando la tarjeta de crédito y tomando decisiones de compra desacertadas son hábitos que hacen mucho daño a las familias dominicanas.
Esto es consecuencia de falta de cultura financiera, que es el conjunto de valores, conocimientos y actitudes que nos ayudan a ejecutar una gestión efectiva de nuestros recursos y de nuestros riesgos. La época navideña nos invita a reflexionar para tomar medidas contundentes contra estos males.
Una buena medida es dar educación financiera a nuestros niños y niñas. Desde pequeños se les debe enseñar que el dinero no crece en las ramas de los árboles y que cuesta mucho esfuerzo conseguirlo. El núcleo familiar es clave, ya que, si los padres derrochan el dinero y viven sobre endeudados, el niño se lo tomará como algo normal y posiblemente actuará de la misma manera en la adultez.
Para lograr buenos resultados será imprescindible la virtud de la paciencia, sobre todo en los niños, que todo lo que ven lo quieren. Aquí la clave no es cuánto, sino cuándo lo puedo adquirir y hay que propiciar que el infante participe en el logro de una meta a través del ahorro.
Por ejemplo, si su deseo es una tableta (Ipad), podemos comprometerlo a que, de su mesada o asignación, ahorre una parte para adquirirla. Esto le dará al niño la capacidad de valorar y a la vez cuidar esa tableta, pues ya ha madurado en su interior el sacrificio que le ha costado adquirirla.
Desde pequeño, mi querida abuela Sara (EPD), mujer trabajadora, me obsequiaba alcancías en Navidad, donde me obligaba a poner parte del dinero que recibía de tíos, parientes y amigos de la familia. Para mí era un reto, pues cuando llenaba la alcancía, me sentía feliz de haber cumplido esa meta. Luego, mi abuela me decía: “con ese dinero adquiere algo que te haga feliz, o mejor aún, que lo haga multiplicar, fue mi primera lección de inversión”.
La educación financiera de nuestros hijos es fundamental para su futuro. Les permitirá un uso más efectivo de los servicios financieros que existen en el mercado, les ayuda a estar mejor preparados para afrontar tiempos económicos difíciles, a forjar un mejor carácter y combatir la impaciencia y la ansiedad financiera, y además contribuyen al equilibrio presupuestario del hogar.