Siempre es difícil despedir a un colega que se ha ido a destiempo. Y es doblemente doloroso y difícil decir un “hasta luego” a una persona que fue amigo y socio, además de colega, y quien deja un espacio vacío en nuestros corazones. La sentida pérdida del abogado Manuel Antonio Madera Acosta, una estrella en ascenso en el mundo legal, ha generado un dolor en la comunidad que es muestra del impacto que tuvo durante su tiempo en el plano terrenal.
Conocí a Manuel en la universidad, alrededor del año 2000, cuando ambos estudiábamos Derecho. Nos hicimos amigos en poco tiempo y, aunque él me llevaba algunos meses de edad y su matrícula era del año previo a la mía, por coincidencias de la vida terminamos en la misma promoción y estudiamos juntos durante esos años.
Conjuntamente con otros amigos y amigas, Manuel y yo participamos en varias competencias de litigios durante nuestro tiempo en la universidad y fuimos exitosos en ellas, precisamente, por sus aportes.
Muchas personas que conocían a Manuel se sorprendían cuando él manifestaba su deseo de ser un abogado litigante, pues tenía una condición que no le permitía hablar con completa fluidez. Pero, precisamente, lo que pareciera ser un elemento limitante fue lo que le permitió a Manuel crecer y destacarse, pues estaba más preparado que cualquier otra persona.
Manuel tuvo una larga y distinguida carrera en Headrick Rizik Alvarez & Fernández, una firma que me enorgullece calificar como de las mejores del país, logrando la calidad de socio en el año 2017. Sus méritos ya eran muy conocidos para ese entonces, especialmente destacándose por su litigación laboral y civil, manejando importantes casos que han sentado precedentes en nuestro medio.
Además de todos los elogios que le podemos extender a Manuel, lo que casi todos recordaremos será su gran calidad humana. Como me comentaba alguien, Manuel era “el pañuelo de lagrimas” de sus colegas, tanto en la oficina como a lo externo, por su trato abierto, su don de escucha y sus consejos -muchas veces extendidos con una dosis de humor- que siempre nos ayudaban a superar los inconvenientes que podríamos sufrir.
Manuel era, además, un gran esposo para Luz, también una destacada abogada, y el padre dedicado de Manuel Alejandro y Gustavo Andrés. Un padre siempre pendiente de sus hijos, que no se perdía un partido de futbol de ellos ni una actividad escolar, pues para él no había nadie en esta vida más importante que Luz, Manuel y Gustavo.
La inesperada y repentina partida de Manuel este pasado domingo, apenas a sus 40 años de edad, nos ha creado un hueco que no será llenado. Pero no deja de ser el caso que su trayectoria de vida -de ser humano, esposo, padre, hijo de don Manuel y doña Raisa, hermano, amigo, socio y colega- nos dejan un ejemplo de que la vida bien vivida, con moral, ética, trabajo y buen humor siempre, es el mejor legado que podemos dejar para los que nos recordarán.
¡Hasta pronto Manuel!