La polarización que ha venido sufriendo los Estados Unidos en los últimos años es altamente preocupante. Hoy en día, se puede afirmar que esa nación sufre una crisis sistémica. Esta crisis se refleja en como los ciudadanos han perdido fe en sus autoridades, pero más aún, en cómo se ha roto la confianza entre ellos mismos.
Aquellos mitos e historias comunes que sostienen a todo pueblo, esa simbología que forma parte del credo fundacional de toda nación y es fundamental en la conformación de una identidad colectiva que garantiza niveles de convivencia y estabilidad, ha perdido gran parte de su arraigo en la población norteamericana. En cambio, lo que se observa es un pueblo fanáticamente dividido entre sí. Que una persona pertenezca a un partido político que no sea el propio, lo convierte automáticamente en un enemigo que debe ser destruido. Esta politización de cuestiones triviales y mundanas trae como consecuencia la incapacidad de poder ponerse de acuerdo sobre los temas fundamentales que afectan la vida nacional.
Los interlocutores naturales de la ciudadanía en una democracia representativa son las autoridades elegidas por sus pares para formar parte de los diferentes poderes del Estado, principalmente la Presidencia y el Congreso. ¿Qué ocurre cuando la ciudadanía no se siente representada por ellos? Se concretiza una crisis de legitimidad, en el que las instituciones pierden su poder a la medida que cada vez menos personas se identifican con ellas.
Todo esto que hemos venido describiendo, ha generado un interesantísimo fenómeno. A partir de lo que hemos señalado, en el que los políticos elegidos por el pueblo se encuentran asediados por un profundo descrédito, el Poder Judicial se fortalece y se termina convirtiendo en el principal interlocutor de la sociedad. Basta con observar la controversia que surge en los Estados Unidos cada vez que le toca al presidente de turno nominar a un juez para la Suprema Corte de Justicia.
Con el debilitamiento de los otros poderes del Estado, el Poder Judicial se alza y se consolida en las cenizas de estos. En los Estados Unidos, cuestiones políticas fundamentales como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la integración racial en las escuelas, y demás, no han sido solucionadas producto del consenso y el debate democrático. Todas estas, han procedido a ser resueltas por medios judiciales. Los políticos no se sienten lo suficientemente apoderados para tomar grandes decisiones, ya que, con la polarización de la sociedad, sus decisiones jamás serían vistas como legítimas por grandes segmentos de la población. Al no sentirse seguros de su propia autoridad, prefieren cederle espacios de poder y de toma de decisiones a la judicatura.
En República Dominicana debemos vernos en este espejo. Debemos evitar la tendencia de que todos nuestros problemas sean resueltos por el Tribunal Constitucional. No debemos renunciar al debate democrático y al ejercicio del poder por autoridades elegidas democráticamente. Evitemos la polarización y la politización de cada aspecto de nuestra vida cotidiana, no perdamos nunca nuestra capacidad de ponernos de acuerdo y de comunicarnos, independientemente de intereses y banderías políticas. Las consecuencias, como hemos podido apreciar, pueden ser graves.