El término demonio pareciera estar vinculado a la maldad o perversión, aunque en muchas culturas se asocia con un conocimiento fuera de lo común, extraordinario. En el ámbito espiritual, religioso o folclórico está asociado con lo impuro o con entidades no corpóreas cuya finalidad es hacer daño, causar perjuicio o apoderarse de un proceso de pensamiento o vital.
No es común utilizar o asociar esa palabra con seres vivos de organización biológica simple como los virus o bacterias, o con magnitudes o características físicas, como un color, las fuerzas, los torques, la aceleración o la velocidad.
En los primeros días de la pandemia, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, en declaraciones a la prensa en la ciudad de Wuhan dijo: “Ese demonio del virus”, refiriéndose al covid 19. Por esa analogía podía colegirse que las autoridades de China conocían desde antes esa cepa, igual que el dueño conoce la fiereza o no de su perro.
Nuestro país es una de las naciones con más alto índice de accidentes de tránsito. En el 2016 ocurrieron 3,118 muertes por esa causa. Solo en el año 2020 se reportaron 2,711 muertos por accidentes de tránsito. Si tomamos en consideración el indicador establecido por Viscusi y Masterman, de la Universidad de Cambridge, año 2017, Valor Estimado de Una Vida, VSL (Value of Statical Life), calculado para nuestro país en US$1,074 por cada vida de dominicanos que se pierde; el equivalente económico de ese año fue de US$2 millones 911,614 o RD$157.2 millones dominicanos a una tasa de 54 x 1. El VSL de Burundi es igual a 45,000 dólares y el de Bermudas de 18 millones de dólares.
Estas pérdidas en vidas oscilan en torno a un rango de 2,500/3,500, pero durante la pandemia se redujeron al igual que muchos otros indicadores económicos. En el 2019 los fallecidos fueron 3,204. En términos del producto bruto interno (PIB), esta cantidad representa un 2% o más.
Considerando las pérdidas, por fallecimientos y agregando las discapacidades generadas, la inestabilidad emocional y zozobra de los allegados, este porcentaje del PIB puede llegar a mucho más de ese 2%.
Volviendo al término de demonios, la velocidad es una magnitud física que, además de los elementos que la conforman, tiene un componente de adicción y de cambios de la realidad que entraña peligros para los humanos. En artes marciales, el Sensei Miguel Peña nos decía que la velocidad esconde los errores, pues algunas definiciones de movimientos no se percibían.
Así ocurre en un vehículo en movimiento. El aumento de velocidad disfraza el riesgo y lo cambia por un sentido de seguridad ficticia que hace pensar que se tiene el control. En esa seguridad ficticia la velocidad se apodera del conductor proporcionando un sentimiento de euforia y poder.
En los cambios bruscos de velocidad es que se manifiestan los fenómenos que pueden cambiar para siempre la vida de las personas. Todas las otras magnitudes físicas constituidas por la aceleración, momentos de fuerza y de inercia, y las fuerzas de fricción centrípetas e impulsivas están vinculadas con la velocidad y sus cambios.
Esos son los demonios económicos que influyen en el aspecto físico. Los otros están referidos a la psique del conductor y sus comportamientos, como la visión lateral, efecto túnel, visión de fondo, procesos de percepción, intelección, volición y reacción, cambios de visibilidad, fatiga y estados alterados. Por último, los demonios mecánicos asociados con el adecuado funcionamiento del vehículo y el mantenimiento de las vías.
Cualquier vehículo con velocidad mayor a 60 kilómetros por hora (km/h) deja de ser grande. Por ejemplo, el equivalente de chocar de frente a 100 km/h es igual que colocar su vehículo a una altura de 40 metros, lo que mide el “obelisco macho” de nuestra ciudad, y dejarlo caer al suelo. Para detener completamente su vehículo desplazándose a 100 km/h, pisando los frenos a fondo con una desaceleración de -6.0 metros por segundos cuadrados necesitará 79 metros de espacio, casi la longitud entre esquinas de una manzana de nuestro país (20 metros menos).
Los carros que hacen giros muy cerrados a alta velocidad, generan torques externos violentos que pueden hacer saltar el vehículo como una rana haciendo vueltas de carnero y con muchas repeticiones.
La aceleración y la fuerza centrípeta permiten que los vehículos se mantengan girando en las curvas (horizontales y verticales) sin salir de ellas, siempre y cuando se respete la velocidad de diseño acorde con el radio de curvatura. Para un radio dado, la velocidad tiene un límite máximo permitido. Para mayores velocidades la fuerza centrípeta definida por el radio no puede mantener el vehículo en la pista, pues es necesario un radio de curvatura mayor y, aunque las ruedas giran, el vehículo derrapa y buscará un nuevo radio de curvatura fuera de la vía, independientemente de la voluntad del conductor.
Si llueve o se produce una película de agua entre las llantas y el pavimento, la fuerza de fricción disminuye, ya que cambian los valores de los coeficientes estáticos y cinéticos, y todos los parámetros, siendo preciso hacer ajustes adecuados. Con la inercia, los conductores y pasajeros sin cinturones salen proyectados fuera del vehículo si este se detiene abruptamente. Si tienen cinturón y bolsa de aire, pero no tienen guarda cabezas, el efecto látigo puede producir la muerte por desnucamiento o invalidez por roturas de vértebras.
En el aspecto psíquico y fisiológico los humanos disponemos de visión lateral o periférica de 150/180 grados. Muchos accidentes ocurren en las intersecciones. A mayor velocidad la visión periférica disminuye hasta constituirse en una visión de efecto túnel, muy reducida, que no permite ver los vehículos que entran en ella.
La visión de fondo, asociada a la estimación de la separación o distancia entre un vehículo y otro (profundidad), también queda afectada por la velocidad y por la edad.
La fatiga interviene en muchos accidentes. La fortaleza de los humanos para resistir al sueño es cuestionable. En fracciones de segundos, le vence el sueño y en un segundo a una velocidad de 100 km/h usted recorre 28 metros (casi tres veces el ancho de una de nuestras calles) sin saber lo que hace o lo que pasa.
Hay muchos otros elementos referidos a los estados alterados por sustancias alcohólicas y estupefacientes, pero estoy analizando condiciones normales de manejo, que se agravan mucho más en esos estados. Estos comportamientos son las causas de muchas externalidades, cuyo destinatario final, en la mayoría de los casos, son los peatones.
Un conductor, cuando maneja efectúa lo siguiente: una percepción, ve algo en la carretera y esa interpretación de lo que ve es la intelección. A raíz de ello, su voluntad decide hacer algo, esto es la volición y luego actúa, es la reacción. En los humanos el rango de tiempo que transcurre entre querer hacer y hacer es de 1.0 segundo, los muy lentos, 3.0 segundos, los muy rápidos y 0.5 segundos en promedio. Si usted es del promedio y va a 28 m/s, cuando decida actuar se habrá desplazado 14 metros.
El análisis de las causas atribuidas a desperfectos mecánicos, viales, estados alterados, desconocimientos e imprudencias, no están equilibrados; la mayoría de las fatalidades se atribuyen a los estados alterados, pero pienso que las imprudencias, abusos y desconocimientos contribuyen en buena medida con estos altos índices. La señalética vertical, horizontal y en superficie, la iluminación y mantenimiento de las vías son otros agravantes, en menor porcentaje.
Una solución para salir de estos primeros lugares en los reportes internacionales debería estar referida a un programa que incluya los aspectos físicos, fisiológicos, psíquicos, respeto a las leyes de tránsito bajo criterios transparentes, éticos, preventivos, sin ambigüedades y orientados al bien común. La inversión será mucho menos que las pérdidas.