Las ruedas del avión chocan contra el asfalto de la terminal dos del Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Las 150 personas sentadas en el transporte aéreo escuchan atentos la voz gruesa del capitán: “Bienvenidos a Ciudad de México. Esperamos que hayan tenido un buen viaje, gracias por preferirnos”.
Los pasajeros salen y algunos se dirigen al centro histórico para aprovechar su estadía. “Son 640 pesos por el tráfico y las maletas”, dice el chófer, con una mascarilla quirúrgica que cubre su nariz y boca.
El hombre dirige a los seis extranjeros al Paseo Madero, el camino peatonal del centro de la ciudad capital.
Con una arquitectura inmortalizada en el tiempo, se alza la Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen. Los turistas se colocan frente al edificio y capturan varias fotografías.
“¿Es un baño? ¿Baño público?”, pregunta asombrada una dominicana con cabello rubio.
—Son siete pesos, señorita —responde con manos cruzadas una mujer de unos 60 años que viste un uniforme verde con rayas blancas—, Ándele, pase.
Explica que los baños públicos se administran de forma autónoma, ya que las personas pagan su uso y la recaudación sirve para pagar el salario del capital humano y mantener su higiene. “Se hace así porque nosotros no lo cuidamos, por eso el gobierno decidió que quien lo use debe pagar su mantenimiento”, aclara.
Una cúpula puntiaguda resalta entre los edificios que parecen haber sido residencias de familias acaudaladas. Marca 19:36, exactamente, una hora menos que Santo Domingo, República Dominicana.
Gastronomía
“¡Tres tacos por 10 pesos, tres tacos por 10 pesos! ¡Venga, venga, amiga!”, alienta un señor con lentes, vestido con un pantalón negro y una camisa manga larga color azul.
Dos dominicanos aceptan la oferta y compran el plato típico mexicano.
—¿Pero aceptan dólares, no?
—No aceptamos dólares, ni aquí ni en otra parte. Tiene que cambiar el dinero en una casa, señorita.
Los turistas buscan una casa de cambio y cambian US$100 a moneda local.
—Mire, tenemos hoy US$1 por 19.12 pesos. Aquí tiene su cambio, señorita.
Los visitantes regresan al local y pagan su plato típico. Son tres tacos rellenos de pollo, guacamole, cebolla y queso.
La mujer de ojos negros prueba el alimento, en la tercera mordida siente el picante instalarse en su garganta.
“¡Esto pica!”, exclama, al tiempo que bebe un refresco. Sus ojos se llenan de lágrimas y sus mejillas se colorean.
—No se ponga así amiga, solo se le hincha la boca —comenta un hombre de unos 5.6 pies de altura sentado a dos sillas de su butaca. Los dominicanos ríen.
Comercio
“Los olores a cigarrillo, picante y pipí me tienen mal. Siento que estoy en un lugar de borrachos lleno de arquitectura bonita…”, revela una mujer morena con la frente fruncida, mientras tapa su nariz con una servilleta.
Los nacionales se acercan a vender flores, elotes, agua embotellada y juguetes para niños. Dos, tres, cuatro veces pasan las familias, niños y padres con alguno de sus seres queridos con discapacidad visual y psicomotor.
“Denos unos pesitos para comer, amiga”, “Ayúdenos comprando alguito…”, “¿Nos ayuda con el pasaje?” “No
tenemos cómo volver”… son cientas las frases que brotan desde lo más profundo de su interior.
La temperatura baja a 22 grados celsius. La brisa revolotea las hebras del cabello de las personas, obliga a otras a cubrir sus torsos con abrigos y cobija a algunos en tiendas y restaurantes.
—Póngase su mascarilla para entrar—, exige cada seguridad de las tiendas en la que entran los turistas.
Al conversar con un dominicano radicado en la tierra azteca, indica que el empleo formal es pagado por día y oscila entre 80 y 100 pesos mexicanos.
Mientras, el sector informal depende del comercio ambulante, el cual se sitúa en 40 pesos mexicanos “si es un mal día”.
Joel, el dominicano, explica que un wedding planner independiente puede ganar por boda entre 35,000 y 50,000 pesos, pero “es un caso entre 100 personas”.
“Tuve una boda hindú y cobré 75,000 pesos porque fue una celebración de cuatro días”, indica, agarrando su sombrero típico de su tierra natal.
“Nuestra ventaja es que el dólar casi nunca varía, se mantiene entre 19 y 20 pesos”, agrega.
Realidad
“Hola, amiga, ¿Me compra unas florecitas?”, pregunta animada una fémina de cabello largo y negro como la noche. “Son a 45 pesos (US$2.9)”.
El hombre de cabello canoso le pasa un billete de 100 pesos locales y mientras espera su cambio pregunta: ¿Qué tienes ahí cargado?
La mujer se pasa la mano izquierda por la frente, aparentemente quitándose el sudor imaginario o el esfuerzo de cargar con un peso extra durante su jornada laboral, dijo: mi hijo de un mes de nacido.
Es la realidad que choca contra la perspectiva del turista extranjero.