En el año 2005, el afamado periodista y escritor, Andrés Oppenheimer, estremeció al mundo y, particularmente, a Latinoamérica, cuando escribió su famoso libro “Cuentos Chinos”. En esta obra, este autor realiza un análisis de los países que, en ese momento, estaban reduciendo sus niveles de pobreza y, al mismo tiempo, aumentando el bienestar de su población y, por otro lado, examinaba cuáles estaban hablando mentiras, es decir, diciendo cuentos chinos.
En su compendio, nacido de sus crónicas de viajes y entrevistas a líderes mundiales, Oppenheimer visualiza el futuro de aquellas naciones que, por sus características y momento en el que estaban, tenían altas posibilidades de fracasar, en tanto pronosticaba, también, el éxito de las que iban en pasos certeros en su horizonte temporal.
Uno de los temas interesantes tratados en los “Cuentos Chinos”, y que visualizaba a la economía internacional en el 2020, es la posición que tenía América Latina en el contexto económico mundial, y cómo se vería en ese año de referencia. Un informe adjudicado al Consejo Nacional de Investigaciones (CNI) de los Estados Unidos, el cual es un instituto de estudios de largo plazo del Centro Nacional de Investigaciones (CIA) de ese país, “pintaba un mapa político-económico del mundo a fines de la segunda década del siglo XXI en el que América Latina no aparecía ni en pintura”, según lo afirma Oppenheimer en obra.
Los futurólogos convocados para la realización de este informe, concluyeron en que, al 2020, habría un continente dividido entre los países del norte (México y Centroamérica) atados a la economía de Estados Unidos; y los del sur, mas atados a Asia y Europa, mientras que, para estos, la visión futura de la región Latinoamericana se tornaba lúgubre.
Con una clarividencia impresionante, los futurólogos pronosticaron que América Latina, al año establecido, estaría “dividida internamente”, “jaqueada por la ineficiencia de sus gobiernos”, “amenazada por la criminalidad y sujeta al creciente peligro de que surjan nuevos líderes carismáticos populistas, que explotarían en su beneficio la preocupación de la sociedad por la brecha entre ricos y pobres, para consolidar regímenes totalitarios”.
Pero como si fuera una premonición lo planteado en el informe del CNI, y que analiza Oppenheimer, lo que ha pasado en América Latina durante los últimos tres lustros es que la pobreza ha aumentado de una manera extraordinaria, salvo raras excepciones.
En efecto, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), durante el 2020, el total de personas pobres en la región era de 209 millones, con un incremento de 22 millones con relación al año inmediatamente anterior. Obviamente, aquí también jugó su rol la Pandemia del Covid-19 que degeneró en quiebra de empresas y pérdida de empleos.
Por otro lado, cuando se analiza el crecimiento de América Latina y el Caribe en el 2005, año de la publicación de Oppenheimer, se observa que la economía de la región se expandió en un 4,5%, con un aumento del PIB por habitante de 2.8%, mientras que durante el 2020, la expansión fue de un -6.8%, en tanto que diferentes indicadores sanitarios, económicos, sociales y de desigualdad, apuntan a que la región fue la más golpeada del mundo emergente” (CEPAL, 2020).
El otro acierto de los futurólogos es que, ciertamente, el populismo se ha abierto campo en Latinoamérica, y los últimos casos son los de Colombia y Chile –economías hasta ahora estables-, que se unen a los de Nicaragua, Venezuela y Cuba. No quisiera pensar en la existencia de una correlación entre el deterioro de la economía latinoamericana y la cantidad de presidentes populistas que esta ya suma; si fuera así, a Oppenheimer y a los futurólogos habría que condecorarlos.