A pesar de la reciente estabilización de los precios agrícolas, los precios de los alimentos siguen altos y la inseguridad alimentaria constituye un problema extremadamente serio. Hoy tenemos una crisis de acceso a los alimentos.
De hecho, los precios a nivel mundial han disminuido en los últimos seis meses, como nos muestra el índice de precios alimentarios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que ha marcado la sexta caída mensual consecutiva, pero siguen muy elevados (en septiembre 7.2 puntos, el 5.5%, por encima de su valor en el mismo mes del año pasado) y es probable que la inseguridad alimentaria empeore el próximo año debido a múltiples factores, como los climáticos, los cortes de suministro por la guerra en Ucrania, otros riesgos políticos y conflictos en otras partes del mundo y, sobre todo, los altos precios de la energía y de los fertilizantes.
Asimismo, algunos países exportadores de alimentos han tomado medidas proteccionistas, lo que ha aumentado todavía más las presiones sobre los precios y su volatilidad, a lo que se añaden la disminución de las reservas de alimentos y las perspectivas negativas en cuanto a la producción de arroz por las inundaciones en Pakistán, tercer exportador de arroz basmati, y al incremento del costo de los fertilizantes.
Así, si en 2022 hemos asistido a un problema de acceso de los países mas vulnerables a los alimentos en cantidad y calidad adecuadas para llevar una vida saludable, a causa de la pobreza, ahora, asistimos a una crisis distinta. El problema, en 2023, podría pasar a ser además de disponibilidad, es decir a nivel de la producción, principalmente a causa del incremento de los precios de los fertilizantes.
El rápido ascenso de los precios de los hidrocarburos se ha convertido en un aumento de los precios de los fertilizantes, que se ha triplicado en los últimos dos años. El gas natural, por ejemplo, se utiliza tanto como materia prima como fuente de energía en la producción de amoníaco y representa entre el 70 y el 80% de sus costos de producción. Algunos productores, por ende, han reducido su producción o incluso cesado sus operaciones, debido a los altos costos de los insumos. El desafío es ahora, por tanto, satisfacer la demanda inmediata de fertilizantes para respaldar los cultivos de la próxima temporada.
En este contexto, nuestras proyecciones indican que casi 670 millones de personas todavía se enfrentarán al hambre en 2030, es decir el 8% de la población mundial, la misma cifra que en 2015 cuando se lanzaron la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible (SOFI 2022).
Para revertir esta dramática tendencia, los gobiernos y la comunidad internacional deberán mantener el comercio libre y abierto para permitir que la comida llegue allá donde se necesita. En una reciente declaración conjunta de la FAO junto al Fondo Monetario Internacional (FMI), el Programa Mundial de Alimentos (PMA y la Organización Mundial del Comercio (OMC) sobre la seguridad alimentaria, se ha destacado la importancia del comercio libre, la transparencia, la innovación y la planificación conjunta, así como la inversión en la transformación de los sistemas alimentarios.
Para ello, la FAO sigue comprometida con la mejora de la transparencia del mercado mundial a través del Sistema de Información del Mercado Agrícola (AMIS), que es una herramienta esencial para fomentar la confianza y la estabilidad de los precios.
Asimismo, los países tienen que poner en marcha políticas y medidas para aumentar la productividad a la vez que se protegen los recursos naturales, aumentando la producción y mejorando la distribución de alimentos, así como invirtiendo en innovación y agricultura sostenible, que resista al cambio climático y utilice eficientemente los recursos.
Otra solución pasa por reducir la pérdida y el desperdicio de los alimentos. Actualmente, de hecho, con las cantidades de alimentos se podrían alimentar a alrededor de 1260 millones de personas cada año. Si reducimos la pérdida y el desperdicio de alimentos en un 50%, habrá suficientes frutas y verduras disponibles para cubrir la cantidad recomendada de 400 gramos por persona por día, además de constituir un gran impacto positivo en el medio ambiente.
Mientras tanto, será fundamental apoyar de forma sostenida a los hogares más vulnerables a través de ayuda humanitaria internacional. Esto resulta particularmente importante en un contexto como el actual en el cual, a pesar de su importancia, solo el 8% de la financiación total destinada al sector de la seguridad alimentaria humanitaria se asigna a la agricultura.
Es decir, para aumentar la disponibilidad, además de brindar ayuda alimentaria en los momentos de emergencia, debemos orientar las inversiones hacia el fortalecimiento de la producción local. Sabemos que invertir en agricultura y medios de vida rurales es estratégico y entre 7 y 10 veces más rentable que la asistencia tradicional. Ahora bien, con muchos programas de apoyo alimentario ya en marcha, es importante garantizar una buena coordinación para evitar la fragmentación de los esfuerzos en la ayuda.
Finalmente, debemos garantizar un uso más eficiente de los fertilizantes disponibles, principalmente repensando las cantidades empleadas en función de los avances científicos. Esto se puede hacer proporcionando a los agricultores incentivos apropiados que no fomenten un uso excesivo de estas sustancias. La eficiencia del uso de nitrógeno, por ejemplo, oscila entre el 30 y el 50% en general, mientras que la eficiencia recomendada es del 90%. Los subsidios que fomentan el uso excesivo de fertilizantes también fomentan su desperdicio.
Debemos invertir en innovación para desarrollar mejores prácticas que ayudarán a aumentar la producción por kilogramo de fertilizante utilizado, es decir ,invertir en conocimiento para garantizar que se aplique el fertilizante y la cantidad más adecuados a los diferentes cultivos. De hecho, serán la investigación, la ciencia y la innovación nuestros verdaderos salvavidas en cuanto a la producción, así como a la regulación de los mercados.