–Vienen mulas— gritan los que van delante, dejando el aliento a cada paso de la empinada loma “La Vela”.
Rafael Radhamés de la Rosa y dos de sus hijos se asoman entre la niebla por el peligroso trecho de lajas movedizas con cuatro mulas menos, de una recua de 14.
En la brumosa mañana del 9 de enero traen a cuestas 7 días de trabajo duro, guiando por los senderos de la Cordillera Central los pasos de 20 excursionistas que vinieron a las montañas atraídos por el ecoturismo, una actividad económica que brinda sustento a residentes de comunidades aledañas a los parques nacionales José del Carmen Ramírez y José Armando Bermúdez.
Ambas áreas protegidas reciben cada año a miles de alpinistas interesados en alcanzar la cima del Pico Duarte o en acampar en apacibles remansos como los valles Bao o El Tetero.
Por el Armando Bermúdez el Ministerio de Medio Ambiente registra en 2016 la visita de 4,437 excursionistas (755 extranjeros). Cada uno paga una cuota de acceso de RD$100. Según la administración del parque, la visitación reportó a los comunitarios RD$8,731,750: por el servicio de guías RD$3,150,550 y por alquiler de mulos para cargas y de sillas RD$5,580,600.
El jueves 12, cuatro días después de su paso por la loma La Vela, Rafael, de 53 años y padre de seis hijos, arriba con su cansancio a su comarca de San Juan de la Maguana, donde le acompaña la fama de ser uno de los miembros más experimentados de los 20 de la Asociación de Guías Ecoturísticos de Sabaneta (Agetsa), que dirige el profesor Jhonny A. Báez.
—Usted sabe cómo veníamos, debajo de agua, tuvimos que amanecer en La Compartición… ¡Jesús… pasamos demasiado trabajo!
Rafael partió el 3 de enero con diez mulos “de carga” y cuatro “de silla”. Los grupos interesados en la excursión deben pagar RD$400 cada día por los primeros y RD$450 por los utilizados “como ambulancias” para senderistas cansados o con alguna lesión física.
Además, tienen que retribuir al guía principal con RD$800 por día y a cada uno de sus ayudantes (que pueden incluir mujeres para cocinar en los campamentos) con RD$600, según José Aramis Santana, administrador del Armando Bermúdez.
El parque tiene por La Ciénaga de Manabao, Jarabacoa (provincia La Vega), y Matagrande, San José de las Matas (Santiago), las dos principales entradas al Pico Duarte. Desde 2013 partieron por esos puntos 15,741 montañistas (2,629 extranjeros). Ambas rutas son las más utilizadas porque sus senderos exhiben mejores condiciones.
Abandonos
“Por aquí, por San Juan, los caminos están sucios. Las autoridades no nos han querido prestar la ayuda necesaria para nosotros arreglarlos; por aquí, aunque el viaje de ida y vuelta al pico dura cinco días y el camino es más largo, es más cómodo porque la subías´ son más cortas”, dice Rafael, quien entre diciembre y enero guio dos grupos, aunque el último le dejó sabor a pérdida, por la muerte de los mulos, cada uno con un valor de alrededor de RD$6,000, según sus cálculos.
Desde Sabaneta hay que recorrer 42 kilómetros hasta llegar a la cima, atravesando Alto de la Rosa, Agüita Fría de San Juan, Macutico, La Pelona y el Valle de Lilís. El guía vio morir a uno de sus animales próximo a La Ciénega (la excursión que encabezó entró por el Sur y salió por el Norte). Los otros tres los abandonó abatidos de cansancio, esperanzado en que, como siempre, encontrarían el camino de regreso a sus predios de Sabaneta. Pero la radio de comunicación de los guardaparques confirmó su sospecha de que sucumbirían al frío de la Cordillera. “Se cansan cuando el frío ataca demasiado. Cuando amanecimos en Macutico estábamos congelándonos”.
En las noches de las montañas, con frecuencia, se escucha a los campesinos hablar del “paso del botón”, un viento helado que enfría las madrugadas y afecta a los mulos —a tal punto que obliga a los guías a acercarlos a la fogata—, escarcha el rocío y quema las hojas de algunas plantas.
Los excursionistas que entran por Matagrande recorren más de 38.64 kilómetros, pasan por Loma del Oro, Las Guácaras, Valle de Bao, La Pelona y Valle de Lilís. Loretta Jiménez, de la Brigada Ecológica Aniana Vargas, hizo ese trayecto entre el 2 y el 9 de enero, como parte de un grupo de 36 senderistas y 7 guías. “La experiencia de caminar junto a los amigos no tiene precio, compartimos desde el agua hasta algunos secretos”.
La ruta que parte de La Ciénega, la más concurrida de todas, se extiende 23.1 kilómetros hasta el Pico Duarte. Los senderistas dejan detrás el zumbido estrepitoso de las aguas del Yaque del Norte que recorren esa parte cristalinas y veloces.
Al principio, avanzan 4 kilómetros en calma, entre árboles —algunos gigantes—, bajo el frío y la sombra de un bosque húmedo en el que se pueden identificar naranjos (agrios), café y chinola por los caminos que lleva hasta el puesto de vigilancia de Los Tablones.
A la izquierda, una pequeña comarca, de unas 12 casas de madera dispersas, donde reina la familia de Juan Canela Abreu, un guía de leyenda (eternizado en un merengue de Johnny Ventura). Allí, entre naranjales, café y guineales, Dinora Domínguez, una mujer de 35 años y madre de tres hijos, soporta el frío del otro lado del ágil riachuelo Los Tablones que se apresura a unirse al Arraiján antes de sumarse al Yaque.
Los senderistas empiezan a subir varios tramos sobre suelo de arena rojiza, empinados y resbaladizos. Al llegar al Alto de la Cotorra descansan unos minutos y comen algo, preferiblemente chocolate, sardinas, pan…, para proseguir hacia La Laguna, donde se aprovisionan de agua en una tubería improvisada cerca de un abrevadero para mulas.
Retoman la marcha hacia El Cruce, bajo un bosque oscuro dominado por el helecho macho, en donde deciden, conforme a su hoja de ruta, doblar a la izquierda para bajar 8 kilómetros de un camino menos adverso que conduce al Tetero, o seguir a la derecha, hacia Agüita Fría, por el camino empinado de la loma “El Arrepentimiento” (el nombre la describe).
Entre Los Tablones y Agüita Fría recorren 10 kilómetros. Un trayecto difícil que los lleva de 1,270 a 2,650 metros sobre el nivel del mar.
—Los campesinos no saben medir distancias, ¿cómo es que solo hay 3 kilómetros entre El Cruce y Agüita Fría? —se quejan los caminantes una y otra vez hasta que la respuesta de un guía pone fin a la pregunta.
-Son 3 kilómetros y estamos mitad a mitad de la subía´, según el GPS. Falta un pedazo difícil (Pico Yaque y Rosilla).
Los que se ven vencidos por los caminos son recogidos por las “mulas ambulancias” arreadas por el guía de la retaguardia. Este año, la parroquia Espíritu Santo, de Villa Mella, Santo Domingo Norte, trae 39 caminantes, acompañados por once comunitarios, incluyendo una cocinera. Los excursionistas dirigidos por varios sacerdotes, encabezados por Candelario Mejía Brito, visitan los parques desde 2008.
Los religiosos buscan que los feligreses compartan en confraternidad. “También para entrar en contacto con la naturaleza y poder vivir todas las experiencias bonitas”. “Es —añade Mejía Brito— un espacio recreativo para esparcir la mente, hacer turismo interno y conocer y valorar lo tuyo; saber que no hay que ir tan lejos para contactar cosas hermosas y para vivir climas diferentes en pocos kilómetros”.
El grupo llega en autobuses a La Ciénaga de Manabao en víspera de la caminata (6 de enero). Aquí recibe instrucciones de los guardaparques para mantener la seguridad y preservar las áreas (no alejarse, estar siempre en compañía, no apartarse de los senderos, no arrojar basura, no sacar especies, etc.).
La administración del parque permite que los viajeros pernocten en su área, en casas de acampar, bajo un alero o en un viejo almacén. En temporada de alta visitación, como final de diciembre o principio de enero, decenas de colegiales, como los de Loyola o Babeque, corretean emocionados, preparándose para la aventura. Al adentrarse la madrugada el frío intensifica y el sonido del Yaque del Norte al deslizarse por su lecho rocoso.
Antes de que despunte el alba del sábado 7 los caminantes de la parroquia Espíritu Santo están listos para el trayecto que a muchos les llevará hasta 8 horas antes de alcanzar el respiro de Agüita Fría, una pequeña planicie que anuncia el nacimiento del río Yaque del Sur.
Los senderistas meriendan algo y se aprovisionan de agua, sin disimular la alegría de superar “El Arrepentimiento”. Pero, con la premura de seguir el camino, para descender el peligroso camino de La Vela, un paso de 4 kilómetros que lleva a La Compartición, el punto programado para acampar.
En La Compartición, además de hacerse un espacio en dos galpones de Medio Ambiente o abrir casas de acampar a la intemperie, los caminantes enfrentan el dilema —superado por los que quieren descansar los músculos— de tomar un breve (brevísimo) baño en la gélidas aguas de una ducha improvisada con un tubo plástico sobre un riachuelo que se marcha de la montaña presuroso.
El ambiente se vuelve de fogata, de chistes sobre el camino, sobre la baja temperatura del agua, de conversaciones furtivas en medio de la total oscuridad con la música de fondo que aporta el sonido constante del viento. Las nubes vuelan caprichosas por encima de un pinar gigante y, con frecuencia, descienden entre los troncos de los árboles para acentuar el frío con una ligera neblina.
La Compartición amanece sin prisa. Los senderistas del grupo de Mejía Brito desayunan chocolate caliente y arepa antes de partir por los últimos 5 kilómetros que llevan a la cima del pico. Pasan por el Valle de Lilís, una planicie fría y hermosa revestida de un pastizal amarillento que se mece al capricho del viento que reina a 2,950 metros sobre el nivel del mar.
En la cima del Caribe, a 3,090 metros sobre el nivel del mar, los excursionistas se fotografían con prisa cerca del busto de Duarte (las últimas tormentas bajaron de su pedestal una estatua del Patricio).
Luego emprenden el regreso a La Compartición para completar las horas de camino del día. Retoman el dilema del baño antes de la misa que Mejía Brito y los otros sacerdotes ofician en las montañas y que, esta vez, trae una plegaria triste por Radhamés Abreu, un guía que acostumbraba a asistir al grupo y que falleció en 2016.
La noche invita a la fogata. Momentos de alegría preludian el largo sendero de regreso. La lluvia que se presenta al campamento desde la madrugada del día siguiente, 9 de enero, acompaña a los senderistas por caminos fangosos que obligan a descender con precaución.
Las montañas lloran todo el trayecto, con una densa niebla o con una lluvia pertinaz, y Somairy Mejía Núñez, una alpinista de 22 años de la Asociación de Scouts Dominicanos afectada de diabetes, se despide de la vida en el Valle del Tetero.
Los últimos caminantes de la parroquia Espíritu Santo llegan a La Ciénaga bajo el aguacero cerca de las 6:00 de la tarde, para partir a Santo Domingo después de un baño frío en el Yaque del Norte.
Tres días solo en las montañas
Entre el Valle de Lilís y el Pico Duarte hay un trayecto empinado de 1.2 kilómetros que, con frecuencia, está cubierto de nieblas o por una llovizna fría. Bajo la claridad del sol parece un lugar de fácil orientación, pero el 3 de agosto de 2012, el joven Luis Rainier Henríquez extravió sus pasos en sus pinares. Estudiaba en la Escuela Ambiental de Jarabacoa y ahora, con 27 años de edad, trabaja para Medio Ambiente en loma Isabel de Torres, Puerto Plata.
“Éramos un grupo como de 60 personas de la escuela y voluntarios del Cuerpo de Paz. Me perdí y llegué a una pequeña llanura que le llaman La Mina; ya habíamos subido al pico, iba a bajar con un grupo que era muy rápido, pero me llamaron para que me sumara a una fotografía; me devolví y luego traté de alcanzar al grupo, ahí me perdí”. “Quería bajar con el grupo más rápido porque el día anterior me dolió la cabeza debido al sol. Llegué al pico temprano, como a las 9:30 de la mañana, y tuve que esperar todo el grupo hasta casi el mediodía, en ese tiempo de espera me comenzó de nuevo a doler la cabeza”.
Había dejado en La Compartición la mayor parte de su equipaje y sobrevivió con algunas mentas e ingiriendo jugos en polvo de sobre que preparó. Tuvo la suerte de encontrar un arroyo y, como llevaba una funda de plástico para recoger basura, la utilizó como abrigo, se refugió en una zanja que cubrió con hojas de pinos y allí, durmió tres noches. De día subía a alguna elevación para ver si veía a alguien.
Rafael, un excazador que andaba como con una jauría de perros, lo localizó el lunes 7 de agosto. Había sufrido quemaduras por el frío y rasgaduras en brazos y piernas. En La Mina también se extravió cinco días, en 1977, el propietario de la emisora Ondas del Yaque Roque Candelario Llenas, según José Díaz en su libro “Rumbo al pico Duarte”.
El único caso de un desaparecido, que provoca historias que rayan en la mitología, se produjo el 5 de enero de 1988, cuando se “perdió” en el Pico Duarte el ingeniero santiagués Rafael Eduardo Morillo Grullón (Eddy).
Turoperadores alternativos
Las visitas al Pico Duarte son cada vez más fácil debido a la proliferación de turoperadores, muchos alternativos, que realizan excursiones a la zona en distintas épocas. La Brigada Ecológica Aniana Vargas, Mochileros RD o Guías en Alturas llevaron grupos este año.
La contribución por persona puede ir desde RD$6,500, con transporte y comida. También los padres de alumnos de colegios, como Babeque, pueden aprovechar las excursiones sin pagar costos excesivos, debido a que los organizadores se inspiran en su apego a la naturaleza.