La opinión pública internacional ha sido testigo de otro gran desacierto del presidente venezolano Nicolás Maduro. Sin importar las consecuencias, aunque eso es al parecer lo que menos le importa, ha querido afectar la imagen de una institución financiera que ha sido un soporte en medio de la crisis de credibilidad que vive su desgobierno. Hablo de Banesco.
En Venezuela no se sabe con exactitud cuál es el tipo de cambio. Ni siquiera el Gobierno tiene constancia de cuánto cuesta el bolívar. En una medida de desesperación le quitaron tres ceros al papel moneda como si la solución fuera en la forma, obviando que el fondo de todo está en la forma en que se gestiona el Estado.
Ya lo dije en este espacio el 5 de abril de los corrientes: Quitarle tres ceros, por más vueltas que quiera darle el régimen de Maduro, no resuelve el problema estructural de la economía venezolana: falta de credibilidad. Banesco es hoy víctima de una persecución de Estado que se inició hace muchos años, durante la gestión de Hugo Chávez. Particularmente, sugiero a los demás bancos de ese gran país “poner su barba en remojo”.
Cuando los políticos están atrapados entre sus fracasos y una realidad que les pasa factura, lo más probable es que, como el gato, arañen a quien sea para tratar de “justificar lo injustificable”. Como siempre, los políticos fracasados en su ejercicio, como es el caso de Nicolás Maduro, le echan la culpa a los demás de sus desaciertos.
La economía funciona sobre la base de la confianza de los agentes económicos. Contrario a Maduro, Banesco es una entidad financiera que durante más de 30 años se ha mantenido como una corporación transparente y respetuosa de todo el marco legal y regulatorio que le compete en los 15 países donde tiene presencia, entre América Latina, Estados Unidos y Europa.
A Maduro, por supuesto, no le cree nadie. No creo, ni siquiera, en la lealtad que dicen tener sus séquitos. El Presidente venezolano, duele decirlo, ha roto todos los récords en “metidas de patas”.