Las crisis económicas que afectan a países de la región que han decidido por opciones políticas no tradicionales al momento de elegir a sus gobernantes, sumado a lo que acaba de registrarse en Argentina, donde el presidente de turno ha sufrido una derrota interna que amenaza también seriamente la economía de esa nación, han puesto a reflexionar a algunos analistas sobre las ventajas que en ese sentido tiene República Dominicana.
¿De qué ventajas estamos hablando? Se trata de condiciones que no se ven a simple vista y que no se consideran importantes mientras todo funciona bien. Es como la señora encargada de la cocina que siempre prepara excelentes platos y nadie se ocupa de considerar esa labor, debido a que se percibe como normal. Si un día cualquiera la comida sale salada o se sobre cuecen algunas viandas y se queman, entonces surgen las críticas.
En el caso que nos ocupa, se trata del todavía sólido y confiable “sistema político” dominicano. Una condición con notables debilidades, donde el partido en el Gobierno pretende mantenerse en el poder a toda costa, aunque con serias diferencias internas; la oposición es constantemente debilitada por las influencias del descontrolado uso de recursos del Estado para fines políticos, pero donde, en sentido general, los partidos políticos con vocación de poder tienen ideologías comunes y formas de gobierno similares.
Precisamente esa es la ventaja, el hecho de que en República Dominicana impera todavía un sistema de partidos con la suficiente madurez y solidez como para garantizar que, independientemente de cuál alcance el poder y de la persona electa para la dirección del Estado, no se constituyen en amenazas para el orden socioeconómico establecido.
Los actores económicos, empresarios, sociedad civil, líderes religiosos, sociales, organismos internacionales, socios comerciales externos, representantes del turismo, la inversión extranjera, entre otros, siempre toman en cuenta las condiciones del sistema político a la hora de tomar decisiones de corto, mediano y largo plazos en cualquier Estado.
Los partidos políticos en República Dominicana todavía gozan de la confianza de los ciudadanos, quienes prefieren votar por la franquicia partidaria y por dirigentes políticos conocidos, antes que aventurarse por opciones desconocidas de surgimiento espontáneo motivado por la indignación que provocan fenómenos como la corrupción, la impunidad, la debilidad institucional, el clientelismo, la inseguridad ciudadana y la falta de atención a problemas fundamentales.
Afortunadamente no tenemos en República Dominicana a sectores de la izquierda con posibilidad de incidir en la toma de decisiones. Afortunadamente tenemos un defectuoso, pero efectivo, sistema de partidos, donde la ideología en sentido general es conservadora y de derecha moderada, lo cual evita preocupaciones mayores en los casos de un cambio de presidente o de un cambio de organización política en la dirección del Estado.
Se puede evaluar así desde el año 1966 hasta el 1996, un período de tres décadas en que los destinos del país en términos políticos y gubernamental estuvieron altamente influenciados por tres grandes líderes (Joaquín Balaguer desde el Gobierno y Juan Bosch y Peña Gómez desde la oposición).
Tenían serias diferencias y siempre fueron “rivales” políticos, pero mantuvieron en común la importancia de que la dirección del Estado se sustentara en un orden electoral y político sin grandes variaciones más allá de las que tradicionalmente impone la democracia.
Más recientemente, en los últimos 20 a 24 años, los destinos políticos y de dirección del Estado han estado dominados también por tres dirigentes de alta influencia, cada uno en sus respectivas condiciones (Leonel Fernández, Danilo Medina y el opositor Hipólito Mejía). Estos tres dirigentes también han tenido en común sus ideologías políticas y su visión de la República Dominicana que tenemos y que queremos, aunque no hayan hecho mucho por impulsar las grandes transformaciones que siguen pendientes.
Lo anterior puede verse como un elogio a un sistema político que muchos ven como fracasado, pero en realidad es una observación a lo que está ahí, con una importancia que no percibimos ni valoramos, porque no nos ha faltado, pero que, si llegara a faltar, entonces pagaríamos con una impredecible crisis económica y social.
Por eso, es necesario tratar de mejorar y preservar nuestro defectuoso, pero muy valioso e importante “sistema político”.