Para tener una idea de la dimensión de esta crisis económica bastaría hacer algunas comparaciones con indicadores como: El crecimiento económico, inflación, desempleo y el impacto en el comercio mundial con las tres grandes crisis vividas por el sistema Capitalista.
En 1873 estalló la primera, continuando por la de 1929 y finalizando en la del 2008, de las cuales quedan secuelas que comienzan a unirse al panorama de dimensiones cuasi apocalípticas que nos brinda este virus en torno a la economía de dimensión planetaria, esta debido a que su crisis estructural ha entado en un estadio de insostenibilidad capaz de minar la gobernanza global.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), prevé ahora una recesión mundial del 5% en el ano 2020 y un repunte del 7.8% en 2021. Cada mes de confinamiento, supone borrar el 4% del crecimiento global.
La nueva incógnita es de ámbito microeconómico, que a pesar de que se han implementado numerosos mecanismos para garantizar la sostenibilidad de las empresas y evitar las quiebras en serie, hay que tomar en cuenta que no será menos violento el impacto en el volumen de negocios y los beneficios. La vuelta a la normalidad llevará tiempo. Por tanto, aunque las valoraciones de acciones pueden parecer atractivas a estos niveles, no cabe duda de que no serán suficientes para alimentar un crecimiento sostenible dadas las escasas perspectivas de actividad.
Si bien persiste la posibilidad de una nueva caída, la cual a nuestro juicio está limitada por las medidas de los Bancos Centrales y los Estados. En cambio, los temores sobre el impacto micro y macro-económico pueden ser un obstáculo para una verdadera recuperación. Es probable que los mercados sigan siendo muy volátiles, pero más erráticos en su dirección sin una tendencia clara antes de que se disipen dichas incertidumbres. En este contexto, la movilidad será la clave del rendimiento.
La economía está trabajando al 65% de la actividad normal, y cae un punto del PIB por cada mes que dure esta situación, según el Instituto Insee de Francia, tomando en cuenta que, en Italia, el cierre es más pronunciado y el golpe podría ser el doble de perjudicial. Por otro lado, los planes de estímulo de los gobiernos están proporcionando un gran apoyo, pero probablemente no compensarán ningún período de cierre prolongado.
En nuestra región, América Latina y El Caribe, el panorama no puede ser diferente; no solo por la interdependencia de las economías, sino porque como países en desarrollo y con debilidades institucionales, pudiera ser más grave, como de hecho lo revela CEPAL, la Comisión Económica de América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (ONU), que proyecta un desplome del Producto Interno Bruto (PIB) del 9.1%, en un escenario en que Sudamérica será la más castigada ya que se hundirá -9.4%; seguida por México y Centroamérica con -8.4%, y el Caribe con -7.9% debido a la mayor contracción económica en los últimos 100 años provocada, evidentemente, por la pandemia.
En este panorama se mezcla y proyecta el futuro de la República Dominicana, en medio de cambios políticos que colocan a las nuevas autoridades frente a retos inéditos que requerirán de acciones inteligentes y creativas, que cuenten con el concurso de toda la sociedad y la articulación de políticas públicas con el acompañamiento de los actores claves en la comunidad internacional.
En lo que a la estructura de trabajo se refiere, se ha estimado que para finales de este 2020, la tasa de desempleo alcanzaría entre un 30% – 35%, frente a lo previsto en el 2019, que era de un 10%, pronostico que se ha tratado de combatir con el teletrabajo o el trabajo desde casa, tanto como el ámbito publico como el privado, a parte de incentivos que el gobierno ha colocado para las empresas del sector privado, a raíz de mantener empleos.
Uno de los efectos más preocupantes es la parálisis en cuanto a las fuentes de divisas se encuentran:
El turismo y las exportaciones de zonas francas las cuales han sido seriamente afectas, conjunto a las remesas que han caído drásticamente y probablemente se haya profundizado esta caída en abril 2020. Las exportaciones nacionales parecen las más resilientes de todas y la cadena de exportaciones de productos nacionales es la menos vulnerable, es bueno precisar que el 57% de todas las divisas provienen de Estados Unidos.
Según el FMI al disminuir el flujo de divisas, el deterioro en la cuenta corriente del país pasará de 1.4% del PIB a negativo 4.4%, equivalente a unos US$6,900 millones, de los cuales las exportaciones y el descenso en los precios del petróleo pueden compensar unos US$2,300 millones. En ese escenario parece imprescindible que el país tenga que recurrir a un endeudamiento superior a los US$2,500 millones.
En lo inmediato, el crédito externo e interno son la clave. Hay que aumentar la capacidad de gasto del gobierno, el cual ha de recurrir al crédito externo y aprovechar el interno, ya que es clave para asegurar y retomar el fortalecimiento de las exportaciones nacionales, fortaleciendo la capacidad de ese sector, a la vez que haya un enfoque para la reducción de las importaciones.