República Dominicana, en su condición de país, está entre los calificados como “en vías de desarrollo”, esta característica lo coloca en la larga lista de naciones que tienen muchos retos que saltar en materia económica y metas que alcanzar en cuanto al desarrollo humano. Pero ¿Cuáles son los dos principales desafíos en una realidad que muestra a una economía que se ha casi triplicado en la última década?
El cálculo es simple con los datos del Banco Central. En el primer decenio de este siglo el país produjo US$371,373.5 millones (2000-2010). En promedio el producto anual ha resultado en US$33,761.2 millones y al comparar los US$23,799.3 millones generados en 2000 con los US$51,657.6 de 2010, la diferencia absoluta es de US$27,858.3 millones de aumento, equivalentes a un crecimiento relativo de la economía de 117.05%.
Y no se trata de enfocarse en que se deben resolver problemas tan acuciantes como el eléctrico, salud, educación, inseguridad ciudadana, infraestructura, seguridad social, vías de comunicación, transporte de pasajeros, controles fronterizos, narcotráfico, generación de empleos, salarios dignos, acceso a tecnología, oportunidades para la micro, pequeña y mediana empresa con financiamiento blando y a plazos competitivos, o simplemente cumplir cabalmente con la Estrategia Nacional de Desarrollo (END). Los análisis serenos de la génesis de muchos de estos problemas establecen que todo va más allá.
De los tantos retos que hay entre la vorágine de dificultades que enfrenta el país, surgen dos que se imponen sobre los demás: la distribución equitativa de las riquezas que ha generado el país en los últimos años, con casi US$450,000 millones de 2000 a la fecha, y la corrupción, que como flagelo indeleble se mete de por medio para evitar que el bienestar llegue y unte a todos en condiciones de equidad.
Es de público conocimiento que la desigualdad es una variable socioeconómica que caracteriza a muchos países, sin importar quienes gobiernen. Los sistemas socialistas, que se jactan de ser equitativos y más humanos, padecen de diferencias que en muchos casos se tornan abismales entre quienes dirigen y el resto de la población.
República Dominicana ha sido el país de Latinoamérica con la más alta tasa de crecimiento de los últimos 50 años (6% en promedio). Los organismos internacionales lo reconocen. Pero ¿qué ha pasado con la bonanza económica que el país ha experimentado? ¿Se han reflejado en el bienestar de la población y la calidad de vida de todos aunque sea en proporciones comparables a lo que sí ha sucedido en Brasil, donde más de 28 millones de sus habitantes lograron saltar la línea de la pobreza y ubicarse en una clase media con mayor poder de consumo?
Las respuestas que tratan de explicar lo que ha sucedido en este país son diversas. República Dominicana se presenta como un caso único en la región en términos de la desproporcionalidad entre el crecimiento y el bienestar de la gente.
El presidente Danilo Medina, cuando aún era aspirante a dirigir el país, también lo expresó a finales de octubre de 2011 cuando expresó su preocupación por la desigualdad social que existe en República Dominicana. Lo hizo en el foro de Ágora Dominicana, sobre la cohesión social y el desarrollo sostenible en el país, que se efectuó en el Jardín Botánico.
Allí recordó y calificó como injusto que un 60% de la población económicamente activa no tenga seguridad social y deploró que del 40% que tiene trabajo formal, el 68% esté ganando entre RD$5,000 y RD$10,000, lo que no le permite acceder al mercado de bienes y servicios.“Nosotros somos la región con mayor inequidad social del mundo, con un agravante y es que nos consideran país de ingreso medio y por tanto no calificamos a las ayudas oficiales para el desarrollo”, expresó Medina.
José Raúl Perales, asociado senior en el Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson Center for Scholar en Washington DC, conoce del tema cuando afirma que el país debe dar un salto cualitativo para que el crecimiento que ha alcanzado el Estado hasta ahora se ponga a disposición de las futuras generaciones, y procurar así que la condición de pobreza y desigualdad que vive la población no represente una carga para el futuro.
“Hay que evitar que se cree una generación de personas con los mismos problemas de pobreza y desigualdad, que no tenga una generación futura que resolver el mismo problema de salud, ni educación y el problema de la energía eléctrica que tuvo la generación anterior, ese es el reto de República Dominicana”, afirmó el experto.
Un caso emblemático es Brasil. ¿Por dónde comenzó Luis Inacio Lula de Silva su estrategia para sacar gran parte de su población de la pobreza? Lo primero que hizo fue llevar a sus ministros a conocer los lugares más pobres de su país, aquellos que sólo se visitan en campaña electoral o en tiempos de desastres. Quiso que el presidente del Banco Central y su ministro de Hacienda, entre otros, fueran testigos sin intermediarios de la iniquidad. Hoy, Brasil se ha ubicado entre las diez economías de mayor ponderación en el mundo.
Datos del Banco Central (BC) establecen que el producto interno bruto (PIB) per-cápita corriente, que es el nivel de ingresos de la población, terminó 2010 en US$5,282.2, lo que en términos relativos significa un crecimiento de 9.7% respecto a 2009, cuando cerró en alrededor de US$4,810. Cuando se compara con 2004, que eran US$2,548, este nivel se duplica.
La Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (Cepal) clasifica a República Dominicana entre las siete economías de mayor crecimiento, por encima del promedio de 6% regional.
El Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPD) también plantea el problema en un análisis de enero de este año cuando señala que América Latina es una de las regiones más desiguales en el mundo e históricamente República Dominicana se ha situado entre las de mayor desigualdad en la región. Esa realidad, medida con el coeficiente Gini, que mide la desigualdad en los ingresos, ha sido plasmada en el subconsciente nacional debido a la frecuencia con que ha sido repetida en los medios de comunicación, en los centros educativos, entre intelectuales de distintas ramas, entre los hombres de negocios y entre la gente común.
De acuerdo con un informe del MEPD (enero 2012), a través de su Unidad Asesora de Análisis Económico y Social, el país no cuenta con una metodología consensuada para la estimación de la pobreza monetaria, pero está en etapa final un proyecto con estos propósitos, en el que participan la Oficina Nacional de Estadística (ONE), el Banco Central, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Banco Mundial.
Desde 2005 el MEPD realiza la medición y da seguimiento a la situación de pobreza monetaria, utilizando la Encuesta Nacional de Fuerza de Trabajo (ENFT) del Banco Central, disponiendo de estimaciones anuales y semestrales para el período 2000-2011, las cuales se divulgan en boletines y textos de discusión.
Hasta hace algunos años las estimaciones sistemáticas de pobreza monetaria para República Dominicana se realizaban en el ámbito de los organismos de cooperación internacional, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), que publica cifras para los países de América Latina en su informe anual “Panorama Social de América Latina”, el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), como parte de sus informes nacionales de pobreza, y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en sus informes nacionales de desarrollo humano. Divergencias muy significativas se presentan en las cifras de cada una de estas instituciones.
La directora de Investigaciones del Centro Padre Juan Montalvo, Jenny Torres, considera que las políticas educativas implementadas en el país desde la Era de Trujillo se han visto afectadas por la baja inversión, la detención del proceso de expansión y mejoramiento de la calidad.
A su entender, esto ha provocado que en República Dominicana haya una profundización de la brecha de desigualdad social.
Poly Minier, encargada del Área de Incidencia Centro Montalvo, entiende que “las políticas sociales en República Dominicana han sido fragmentarias, descoordinadas y excesivamente burocratizadas, sin una visión integral de la realidad social. Han sido pensadas desde subsistemas cerrados que se limitan a la implementación de acciones meramente puntuales y asistencialistas, permeadas por elementos clientelistas y corruptos que fomentan en la población una cultura de la dádiva”.
República Dominicana firmó hace en 2000 la Declaración del Milenio, cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida de las personas. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) apoya al país en su empeño por alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), tales como la reducción de la pobreza, la mejoría de la educación, la salud materna, la equidad de género, el combate al VIH/Sida, entre otros.
Sin embargo, el MEPD publicó que sólo algunas de las metas podrían ser alcanzadas, pero otras están muy rezagadas, como es el caso de la reducción de la pobreza extrema a la mitad, que para lograr alcances significativos requeriría de esfuerzos extraordinarios.
Según el Centro Maddison, aunque la economía dominicana no ha logrado una redistribución de su bienestar económico, un elemento que habla bien del país como atractivo de inversión, contribuyendo a su desarrollo, es que está entre las más estables de la región de América Latina, pues entre 1950 y 2008 registró sólo siete episodios de crisis, casi siempre de corta duración, logrando retomar la senda del crecimiento en cosa de meses.
Incluso, muchas de las quejas de las provincias, entre las que hay aquellas que se tornan violentas, están relacionadas con la falta de un simple camino vecinal de unos cuantos kilómetros que serviría para transportar los productos agropecuarios que dan sustento, primero, al agricultor, y en segundo lugar a los intermediarios, transportistas, comerciantes y distribuidores en los centros de expendio.