Desde nuestras primeras clases de economía en la universidad, se nos enseñó que el aumento generalizado de los precios de los bienes de consumo estaba relacionado con un aumento de la demanda mientras la oferta se mantuviera sin cambio. Sin embargo, los economistas clásicos planteaban que esto no era un problema en sí, pues los mercados se autorregulaban solos, pues existía una mano invisible que provocaba que los consumidores se apartaran de aquellos artículos que habían subido de precio, por lo cual se volvía al precio de equilibrio original.
Luego, aprendimos también que el problema era más complejo y que, según los monetaristas, esta cuestión estaba más bien vinculada a la cantidad de dinero en circulación; esto es, si la masa monetaria en una economía se incrementa, sin que haya razones, también económicas, para ello habrá un exceso de demanda que provocará aumentos de precios en cadena.
Pero el aprendizaje no terminaba ahí, pues, posteriormente, aprendimos que la raíz de la problemática del incremento de los precios tenía su explicación en la especulación que hacían los productores y comerciantes, los cuales hacían que determinados productos escasearan para, luego, venderlos a un mayor precio que el del equilibrio original.
Lo interesante de la economía es que siempre hay una explicación y argumento para todos los fenómenos económicos, pues algunos planteaban que la situación del incremento en los precios estaba relacionada con la intervención del Estado en los mercados de bienes y servicios, y que la fijación que hacía de dichos precios para productos de primera necesidad, lo que provocaba era la aparición de los denominados mercados negros, en donde aparecían los artículos para consumo, pero a un precio mayor al que hubiera estado si se dejaba al libre juego de la oferta y la demanda.
No se puede quedar, tampoco, la explicación de que el aumento de precios de los bienes, sobre todo los que provienen del sector agropecuario, tiene su origen en la falta de controles en los canales de comercialización y que, por eso, los pequeños y medianos productores ganan menos y, al mismo tiempo, los consumidores en las urbes son abusados a través del mecanismo de precios.
Pero las argumentaciones para los aumentos generalizados de los precios no cesan ya que con la apertura económica, que inicialmente sería la salvación de los pobres en cuanto al acceso a bienes importados desde países con mayor productividad que República Dominicana, se suponía que se obtendrían precios más bajos; pero la historia fue otra y ahora la culpa del incremento en los precios eran los altos costos de los insumos y bienes intermedios comprados en el exterior, y que eran utilizados en los procesos productivos. Y así se puede continuar y culpar a la tasa de cambio, a los incrementos en los precios internacionales del petróleo, a la volatilidad de los mercados de las materias primas, etc.
Lo cierto es, no obstante, que todas las argumentaciones anteriores pueden haber tenido validez en su momento, pero entiendo que hoy, en medio de una crisis sanitaria mundial, derivada en crisis económica internacional y local, con efectos nocivos en la producción y, por ende, en la oferta, era casi lógico pensar que los productores buscaran compensar sus pérdidas en la Pandemia con aumentos en los precios de los bienes y servicios, sobre todo en mercados no regulados, cuando se fuera dando la apertura de las economías paulatinamente.