Preocupación generalizada de toda la población dominicana sobre los aumentos de los precios de la economía es la nota distintiva de los últimos días en el país. Pero, sin que esto sea un consuelo, actualmente la inflación se presenta como un fenómeno común a casi todas las economías, principalmente aquellas que dependen mucho de insumos y materias primadas importadas, como es el caso de República Dominicana.
En efecto, se plantea que el aumento generalizado de los precios de los productos de la canasta básica está siendo impulsado por la recuperación económica post pandemia, pero también por otros factores de factura internacional.
Los datos ofrecidos por el Banco Central de la República Dominicana dan cuenta de que la tasa de inflación de los últimos doce meses fue de 10,48%, y aun no se había producido el incremento en el precio del Pan Popular, lo que quiere decir que la inflación, a junio 2021, podría darnos valores mucho más elevados. Estos datos sobre los precios internos de la economía dominicana, además, nos coloca solo por debajo de Argentina, con un 48,8% de inflación, y Haití con un 17,9%.
Frente a esto surge la pregunta: ¿Es hora de alarmarse por los niveles de inflación que se están registrando en estos momentos? La respuesta tiene las dos caras de una misma moneda, Sí y No. En primer lugar, la alarma es valedera porque probablemente estaremos superando la meta de inflación establecida para el 2021.
En contraposición, la mayoría de los economistas a nivel internacional estiman que este fenómeno no es duradero y de que no existen riesgos de efectos a largo plazo, por lo que no debe generarse ninguna preocupación por el futuro de los precios.
El problema aquí es que la gente del pueblo no entiende de fórmulas ni de ecuaciones en donde le expliquen las razones del fenómeno, sino que presupone que es un tema que el gobierno debe resolver de una manera o de otra, pues la inflación no solo afecta el bolsillo de los individuos, sino que también incide en la imagen política del gobernante de turno. Pero no es mucho lo que se puede hacer, pues hace tiempo se decidió que esta era una economía de mercado, en donde los precios dependen más de la oferta y la demanda, y la intervención del Estado solo es necesaria en casos excepcionales.
De su lado, los empresarios, principalmente los comerciantes, no cogen corte y argumentan que tienen pérdidas acumuladas de más de un año por la crisis económica y, aunque se muestran preocupados por la situación, no son los que se sacrificarán por el pueblo ni para el pueblo. Esto coloca a las autoridades gubernamentales en una situación difícil para manejar el fenómeno de la inflación actual, aun con la voluntad de diálogo que existe.
A favor del Banco Central y de las propias autoridades dominicanas, lo bueno es que los fundamentos de la economía y la estabilidad macroeconómica aún no están en riesgo, y aún tenemos control del tipo de cambio y de la tasa de interés, variables que son de interés en estos casos. Lo que habría que descubrir, finalmente, es si la mano invisible de la especulación no estará haciendo de las suyas, pescando en río revuelto y queriendo hacer un agosto cuando aún no pasa junio.