¿Hubiera sido posible imaginar, hace unos años atrás, que se podría pedir un auto desde el celular y pagar con tarjeta a contratistas de una empresa que no ha invertido siquiera en el primer vehículo?
Uber y su modelo de negocios han representado una auténtica revolución en el mundo de las empresas digitales. Tanto así, que se conoce como “uberizar” a la prestación de servicios a través de las aplicaciones móviles.
Su aplicación ha gozado de excelente acogida desde su llegada a República Dominicana. Pedir un Uber se ha convertido rápidamente en parte de los hábitos de los usuarios que buscan trasladarse de manera rápida y segura.
En el Distrito Nacional y en Santo Domingo, donde el parque vehicular es tan amplio como caótico, muchos taxistas y usuarios con vehículos han hecho de Uber una actividad rentable, dedicándose a ella a tiempo completo.
Sin embargo, esta ventaja que Uber otorga a quienes quieren utilizar la aplicación para taxear está todavía lejos de la mayoría de las provincias del país. Ciudades más pequeñas, sin tantos taponamientos y con personas acostumbradas a movilizarse mediante guaguas, conchos y motores pone a los socios conductores a pasar “la de Caín”.
Quienes están a una señal de walkie-talkie para salir a la calle a buscarse el peso se dan de bruces con las políticas de la plataforma. Precios por debajo de las expectativas, pagos con tarjeta de crédito y los débitos que la compañía realiza para garantizar su parte de las ganancias forman parte de las quejas de muchos taxistas en mis viajes a San Francisco de Macorís y a otras ciudades del Cibao.
Siendo la aplicación “como un mal necesario” para captar viajes, buscan la manera de establecer sus propios términos, yendo al margen de las políticas de seguridad de Uber. Por ejemplo, preguntando por la ubicación del usuario para saber si le provee el servicio, exigiendo mediante el chat que se le pague solo en efectivo o buscando cómo “dar el servicio por fuera”. Esto es, que el pasajero cancele el viaje e igual se monte con el chofer, quien le cobrará el monto que él, y no la app, estime.
En medio de este meollo quedan los usuarios, quienes quedan decepcionados y pensando que debieron mejor tomar un taxi tradicional en primer lugar. Y qué decir sobre los turistas que han quedado grabados en vídeo por socio conductores violentados por taxistas que se niegan a que esta aplicación opere en los polos turísticos del país.
Todo esto es un claro ejemplo de que la innovación, por sí sola, no trae desarrollo y que pedir un taxi no es lo mismo que pedir un auto.
Lo ideal sería que Uber, como empresa, ajuste sus precios tomando en cuenta los precios de los taxis tradicionales en las localidades en las que quiera llegar, para que las tarifas resulten competitivas, pero no tan bajas que terminen representando una amenaza para quienes han vivido de sus autos durante décadas.
Fuera de Uber, el Estado dominicano tiene una deuda social con la debida regularización del sector transporte. Cientos de unidades de taxis operan en las sombras, con tarifas especulativas y sin ofrecerles a los choferes más garantías que las palabras del dueño del negocio o de un sindicato.
Bajo este panorama complicado, ¿Puede hacerse de Uber, o de cualquier aplicación de movilidad digital, la principal fuente de ingresos de un conductor? Tras recorrer muchos kilómetros diarios en las calles de la capital, es muy posible. En el interior del país, todavía no.
Mi mejor recomendación como usuaria de Uber a cualquier taxista que me lea es que lo vea como una manera de diversificar sus ingresos al volante. Depender enteramente de ella le causará muchos estragos y una larga lista de quejas y malas calificaciones con las que pudiera comprometer la existencia de su cuenta en la aplicación.