Quizás no sepa de primera entrada qué le provoca leer este título, pero sí puedo adivinar cómo se siente respecto a él. Usted seguro se encuentra frente a una vida rápida, competitiva, exigente e hiperproductiva.
Le cuesta tomar un descanso sin sentir que ha dejado de ser proactivo. Huye al silencio, al aburrimiento y a la tristeza porque la asocia –quizá– al fracaso. También, puede que en algún momento se haya encontrado en medio de una conversación con sus colegas hablando sobre las malas horas de sueño, la falta de ejercicios y la comida a deshoras como si con estos descuidos se midieran la calidad sus éxitos.
Por si fuera poco, toma todas las oportunidades a la mano para seguirse formando, para seguir consumiendo, para seguir a bordo de unos rieles que transitan sin fin por el camino de la vida.
Y antes de que se vea tentado a soltar este texto pensando en la osadía de que una desconocida le reproche, porque no se siente representado o porque se hastió de leerme con voz de teleanuncio o de best seller de superación personal, le diré algo:
En ese ajetreo, a veces la mejor oportunidad que se desperdicia es la de estar bien con nosotros física, mental y emocionalmente. El de poner límites sanos porque, al final de la jornada, no estamos hechos para el piloto automático. No somos máquinas.
Pregúntese: En la etapa de la vida en la que se encuentra, ¿Qué tiene más valor? ¿Estar en “todas”, o garantizar que está ciento por ciento presente en lo poco o mucho que esté haciendo? Trate de enfocar su respuesta menos en lo urgente y más en lo importante, en aquello que es sostenible.
Dicen que el tiempo es dinero. También dicen que no todo el dinero se gana y a esto podría agregar, que no todas las actividades en las que estamos merecen realmente que invirtamos ese tiempo –corto– que tenemos.
Sé que es difícil. Que muchas veces cargará ese sentir de “no dar” lo suficiente, o de oportunidades “que ha dejado pasar” y que, si en algún momento del día su mente alcanza un instante de silencio y quietud pueda que hasta se sienta incómodo. ¿Se le habrá olvidado algo? ¿Debe buscar algo qué hacer? Y la ansiedad no le dejará tranquilo.
Sin embargo, detrás de cada límite que ponga y de cada compromiso que suelte, usted tuvo la honestidad y sensatez de reconocer que no se encontraba en la disposición de cargar con más. Bajo esa perspectiva, se habrá dado cuenta de que no ha perdido nada. Al contrario, habrá tenido un manejo profesional de la situación y se habrá sincerado con usted mismo.
Estoy segura, también, de que esas decisiones le abrirán espacio a otras opciones en las cuales invertir el tiempo de manera todavía más adecuada. Desde tener mejores oportunidades laborales, al simple hecho humano de contar con más horas para dormir o darse el privilegio de tener un momento del día que no esté agendado.
Si ha llegado hasta aquí, una última exhortación:
Agradezca. Y escoja –no más, sino mejor– mientras cuente con la libertad para hacerlo.