[dropcap]L[/dropcap]a semana recién pasada, el empresario Franklin Báez Brugal, al pronunciar el discurso central en el almuerzo anual de la AIRD, puso en contexto situaciones que, a mi modo de ver, es el sentir de una parte importante del sector empresarial.
Entre todo lo dicho, cabe destacar los problemas de competitividad que tiene la economía, y su incapacidad de generar empleos suficientes, mostrando que esta situación se mantiene aún con la existencia de acuerdos de libre comercio que debieron inducir otra tendencia.
Recalcó lo que todos ya sabíamos; que la industria local de hoy genera menos valor agregado que hace 20 años y que la contribución porcentual al PIB es cada vez menor.
En efecto, si se buscan las estadísticas, se verá que en los últimos diez años la manufactura ha perdido alrededor de 200,000 empleos.
Las afirmaciones más ríspidas del empresario, sin embargo, apuntaron a criticar la cantidad de casos de políticos que se han hecho rico de la noche a la mañana, de empresarios multimillonarios que son reconocidos evasores de impuestos, y de narcotraficantes que muestran su fortuna sin descaro y a la luz de una sociedad impávida, indefensa, desprotegida y a merced de la ambición de los poderosos, la cual ha perdido su capacidad de asombro. Frente a estas declaraciones, la reacción oficial no se hizo esperar.
En esta ocasión fue el ministro de Industria y Comercio, Jose del Castillo Saviñón, quien calificó al empresario como “un hombre pesimista”, con un discurso cargado de negatividad en donde se pinta un panorama sombrío sobre la marcha de la economía y la sociedad.
Como se puede observar, existen varios mundos contrapuestos. Un primer mundo es el del empresario que invierte sus recursos, produce bienes, paga impuestos, genera empleos, y aunque haya tenido éxito económico, se atreve a decir las verdades que muchos saben, pero que la mayoría oculta, apostando siempre al mantenimiento de un status quo que solo favorece a los que ya mencionó Báez Brugal.
Un segundo mundo es el de los funcionarios, aquellos que, sentados en sus poltronas, no ven más allá de lo que su puesto público les permite porque ahí no hay problemas de competitividad: los sueldos se depositan a tiempo, las yipetas siempre limpias y atiborradas de combustible y almuerzos a la hora que se antoje.
Existe un tercer mundo que no le interesa ni a empresarios ni a los funcionarios, es el de los pobres, los cuales andan como aquel Coronel que no tenía quien le escribiera.