“Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo” –Albert Camus.
Parecería que estamos diciendo “borrón y cuenta nueva”, lo cual pudiera sugerir que aceptamos lo mal hecho, lo reñido con la ley, la malversación de la misión de una misión institucional a todas luces noble y edificante de futuro. Parecería que no nos queda más que cruzarnos de brazos cuando la moral es solamente un traje ocasional, una obligación para guardar apariencias, un requisito para justificar saltos de bienestar tan inexplicables como sombríos.
El Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (INABIE) es un organismo autónomo y descentralizado del Estado con uno de los más importantes objetivos de la Administración: suministrar alimentos, utilería escolar y servicios de salud a miles de escolares, de todas las edades. Impacta el futuro porque ninguna nación puede avanzar como una fábrica de tarados, es decir, con ciudadanos que, por razones de mala conducción política, no reciban una alimentación adecuada ni atenciones de salud de calidad y oportunas.
El INABIE, en este sentido, no llega a ser una entidad de beneficencia ni muchos menos filantrópica. Encarna una misión de Estado enlazada indisolublemente con el futuro porque mitiga y muchas veces soluciona carencias materiales. Hace posible que miles de familias puedan procurarse alimentos de calidad e inocuos, en momentos en que sus ingresos no permiten sobrellevar toda o parcialmente la carga familiar.
Inabie es una herramienta para alcanzar un fin supremo, un bien mayor, trascendente y multidimensional que tiene que ver con sembrar capacidades, asegurar futuro, poner en manos de ciudadanos aptos y formados los timones de toda una nación.
Consecuentemente, desde cualquier punto de vista, resultaría inaceptable el crimen de la instrumentalización política de este organismo, o, más allá, verlo como una mina de oro de casi treinta mil millones que puede ser disputada en turbia rebatiña por influyentes cabecillas del mundillo político nuestro.
Víctor Castro, el actual director ejecutivo, tiene experiencia de Estado y una larga trayectoria en el sector privado. Sus declaraciones sobre los primeros hallazgos administrativos, operativos y financieros en la referida institución pueden que estén revelando consternación, sin sugerir, obviamente, que el asunto pueda llegar al abatimiento de su ánimo o a la quiebra de su conocida entereza. Pero casi 6 mil millones en deudas por pagar, algunas de ellas sin los debidos soportes; licitaciones mal diseñadas y peor instrumentalizadas; inaceptables deficiencias y baches administrativos; incumplimientos de procedimientos críticos, y atrasos en los pagos por inobservancia de requisitos y formalidades del Sistema Integrado de Gestión Financiera, componen un conjunto de asuntos complejos que a cualquiera podrían desanimar.
Como ha dicho el señor Castro, Inabie no puede invalidar el pasado heredado porque entonces los niños no recibirían los importantes servicios que ofrece. El reto, por tanto, es avanzar sin dejar de disipar en el corto plazo los pesados nubarrones de problemas testamentarios que, curiosamente, tienen firmas responsables. Esencialmente, se trata de reconstruir para dar ejemplos, no para favorecer a los que más poder relativo tienen o a quienes, dentro y fuera, solo les motivan los negocios fáciles.
Es gestionar hacia adelante para convertir la unidad de compras y contrataciones en una de excelencia en la institución que es la que más compra del Estado; sanear la gestión financiera y poner los asuntos de apoyo administrativo en los rieles de la eficiencia y la pulcritud funcional; apoyar las competencias técnicas y profesionales y no hacer caso al clientelismo; actualizar la estructura orgánica para redimensionarla con base en las grandes tareas y desafíos del presente; incorporar las TIC a la gestión de los procesos institucionales clave; implantar una cultura organizacional centrada en principios, valores, transparencia, rendición de cuentas y reconocimiento de la trascendencia y criticidad de la misión institucional.