[dropcap]J[/dropcap]uan Pérez es un “guachimán” que cubre turnos de 12 horas en la empresa de vigilantes para la que tiene 11 años trabajando. Su salario no llega a RD$9,500. Su esposa siempre está en la casa cuidando a los tres hijos de ambos, en una casita a orillas del río Yaque del Norte, en Santiago.
Su salario, obviamente, no le alcanza para cubrir las necesidades básicas del hogar. Comprar comida (no alimentos), pagar RD$3,500 de alquiler de la casa (a veces se atrasa), comprarle gasolina a una motocicleta vieja en la que se transporta hacia su lugar de servicios, “ponerle tarjeta” al teléfono suyo y el de su esposa (no le pone minutos) y echarle tres galones de gas al tanque es un reto que debe afrontar con sus ingresos.
¿Cómo logra rendir el peso? Cuando sale del servicio de vigilante se pone a “conchar” o simplemente realiza cualquier tarea por ajuste, ya sea limpieza de patios, hacer un hoyo, lavar vehículos o hacer algún trabajo en construcción. Juan no puede descansar ni enfermarse. Ambas cosas no pueden estar en su agenda, pues su familia pasa hambre.
Una gripe, dolor de cabeza o molestias en el cuerpo debe obviarlas y tomarse cualquier calmante mientras trabaja. Él no entiende eso de que la canasta básica promedio nacional está en RD$28,000 al mes y que la suya, porque es del quintil 1, no pasa de RD$12,000. Su meta es llevarle comida todos los días a su familia, sin importar el esfuerzo.
A veces se escucha “echándole maldiciones” a la compañía de teléfono porque una tarjeta de RD$50 que le puso al teléfono sólo le alcanza para una corta conversación, sin notar que el 28% del dinero que pagó se va en impuestos.
Su esposa, cuando ve que la situación se aprieta más, ablanda habichuelas y se pone a hacer algunos lavados o planchados por paga. Pero no le sirve de nada. Cuando hace eso se descuida en los quehaceres de la casa y paga las consecuencias con más trabajo.
Ciertamente que su historia dice que hay que derramar el bienestar.