[dropcap]Q[/dropcap]uizás fue la magia que irradia fruto de su bondadoso corazón lo que captó la atención de quienes frecuentan sus alrededores, pues Manolo posee ese carisma típico de las personas oriundas del campo: espíritu sencillo, voz confortadora, ojos que contemplan afables y voz acogedora.
Manolo Luciano, nacido y criado en Rancho Yagua (San Cristóbal), es un alma sensible a la naturaleza y al medio que lo rodea.
Creó su fama posiblemente sin procurarla. De hecho, es un hombre de ‘bajo perfil’, con una cara común, de esas que se encuentran en las multitudes y, sin embargo, se convirtió en un personaje del área donde suele estar. Es a él al que los que han pasado por la calle y se han tomado el tiempo de mirar le conocen como “el señor de los perros frente a la clínica”.
El parque de la calle Fantino Falco, frente a la clínica Corazones Unidos, es su albergue y hogar, pues, aunque tiene casa propia a la que regresa luego de la faena diaria, parte de su familia permanece allí: ‘Mayra’ y ‘Duquesa’, dos perras “viralatas” que no se sabe si él las encontró o si ellas lo encontraron a él. Lo que sí es tangible y evidente es la fidelidad que ellas le guardan a Manolo, y el amor tierno que él les brinda a ellas.
Sin embargo, los niños que corretean y juegan en el área, los vendedores informales que la merodean, los ancianos que acuden a ella para tener un respiro de aire fresco y los médicos que trabajan en la clínica lo conocen por su nombre. A sus 82 años aún sigue levantándose de madrugada para darle inicio a su labor a partir de las 6:30 de la mañana. Manolo es repartidor de periódicos, y tiene su pequeño puesto de venta en el mismo parque.
“Mi horario comienza a las 6:30, y termina… bueno, termina cuando yo entiendo que ya pueda irme, usualmente alrededor de las 3:00 de la tarde”, dice. “Mayra y Duquesa me esperan tempranito en la esquina de allá”, cuenta mientras señala hacia la intersección donde se unen las calles Fantino Falco y Ortega y Gasset. “Tomo el metro que me deja en la parada de la Ortega y Gasset; ellas me esperan en la Fantino Falco hasta que yo las alcance, luego me caen atrás”, explica.
Manolo es uno y es miles, pues representa a aquellos que al igual que él, a su respetable edad, no pueden dejar de trabajar porque la pensión no les da para el estilo de vida moderno, donde la vida pasa muy rápido y antes de percatarse, ya hay nuevos gastos que cubrir y el dinero no rinde para abarcarlos todos.
Dice que se trasladó a la ciudad antes de la Guerra de 1965, y desde ese entonces se ha quedado en la urbanización buscando mejor vida. Eso significa que se mudó hace poco más de 50 años en busca de mejor vida y desde ese entonces, no ha parado de trabajar.
Trabajadores formales del rango de edad de Manolo ganan en promedio alrededor de RD$138.83 por hora. Aquellos que menos ganan tienen un sueldo de RD$24.68 y los que más RD$401.60 por hora. Esos son los más afortunados, pues los informales ganan en promedio RD$77.44 por hora. Los que menos ganan recolectan RD$14.63 y los que más obtienen llegan a RD$256.87 la hora. Estos son datos del Banco Central.
“Mi esposa falleció ya hace varios años, mis hijos, que son cinco, (dos hombres y tres mujeres) estudian y dos trabajan. Uno de ellos es profesor y una de ellas es secretaria. Yo tengo que sustentarme por mi cuenta”, expresa con la mirada cansada, reflejando su resignación ante una situación que no cambia y un sistema que no se apiada de nadie.
No le alcanza su bolsillo para costearle alimentos a sus compañeras caninas, y es gracias a la solidaridad de una de las doctoras, quien se ofrece a comprarle la comida a Mayra y a Duquesa, que logra sustentarlas. Además de esto, esa misma doctora le pagó la esterilización a ambas como medida de cuidado hacia estas mascotas.
A pesar de su arduo estilo de vida por tantos años, Manolo tiene algo más valioso que el dinero mismo. A veces, en la conmoción del día a día, adaptarse a la velocidad con la que corre la vida resulta difícil, y esto crea tensión. Esta tensión crea riña y esta riña termina desgastando a las personas, a las familias y a los amigos. Y así, en efecto dominó, poco a poco se pierde la fe en la sociedad.
“Los niños que traen a sus mascotas para pasearlas ya conocen a ‘Duque’ y a ‘Mayra’. Le pasan la mano y dejan que jueguen con sus perritos. En la noche, cuando me voy, ellas cruzan a la acera de la clínica y los de seguridad me hacen el favor de cuidármelas”, dice, con una ligera sonrisa que revela su agradecimiento por la vida.
Actitud hacia la vida
Manolo quiere proyectar con sus acciones, con su temple acogedor, con su mirada iluminada y su suave risa que la vida no es solo la situación que trae consigo, sino también la actitud con la que se afronta y en qué las personas deciden canalizar la atención.
Pues él, a pesar de sus escasos recursos económicos, tiene a su alrededor personas que aún sin ser familia le conocen por su nombre, le preguntan por su hogar, se preocupan cuando no ven a ‘Mayra’ o a ‘Duquesa’, que le brindan los buenos días y le regalan una sonrisa.