Prácticamente por dos trimestres consecutivos, los Estados Unidos de Norteamérica experimenta una contracción económica, eventos, al que muchos analistas expertos catalogan como una “recesión técnica” pese a ser una recesión como cualquier otra, en el entendido de que es una disminución de su producto interno bruto (PIB) anualizado del 0.9% para este segundo trimestre, se le añade la caída sufrida del 1.6% del primer semestre, por ende, todas las expectativas de que ese país podía resistir la caída pese a la desaceleración económica, son nulas.
Del mismo modo, las inversiones por parte del sector privado, el mercado inmobiliario y la construcción, sufrieron caídas, de igual manera el gasto de los consumidores bajó su ritmo e ingresos, aunque ajustados por la inflación, disminuyeron para los estadounidenses, de acuerdo con datos obtenidos del Departamento de Comercio de los Estados Unidos (Department of Commerce).
En tal sentido, estas indicaciones que no hacen más que reforzar una inflación récord de 9.1%, la cual es la mayor en los últimos 40 años. Este aumento descomunal de las tasas de intereses aunado al constante desaceleramiento económico, lo que genera al final es un temor, desconfianza e incertidumbre entre sus ciudadanos.
Aunque el escenario principal de peligro que asecha este tipo de recesión en los Estados Unidos, más allá de lo técnico y las oportunidades que, si se puede producir para los inversionistas arriesgados, sería que se produzca un efecto de infección en las demás economías. A esto se le suma la estanflación que se está viviendo en el mundo, la cual se expande a un ritmo sin frenos, y ocasiona un sentimiento colectivo de escepticismo, percibido por muchos como una amenaza a la poca estabilidad económica que aún nos queda.
A esta percepción de riesgos hay que sumarle los componentes principales de las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania y Rusia, las interrupciones en el comercio, los bloqueos en las cadenas de fabricación y manufacturas en China y las recientes tensiones entre el gigante Asiático y los Estados Unidos, y el obvio efecto secundario de recuperación tardía producto del Covid-19, sumándole que los Estados Unidos está sufriendo una menor demanda de importaciones y una menor inversión externa.
¿Qué pasa con Latinoamérica y El Caribe (LAC)? Al tener un consomé de vicisitudes negativas afectando a los Estados Unidos de Norteamérica, la región de LAC se verá perjudicada bajo un efecto cascada debido a su estrecha relación con el dólar estadounidense, en razón a que el 90% de los Estados de la región ven esta moneda como un refugio, aparte de los fuertes vínculos comerciales, razones que justifican el recién fortalecimiento de la moneda.
En tal sentido, los países de nuestra región que están “altamente endeudados” en base a la moneda estadounidense se verán doblemente afectados, ya que estamos teniendo un dólar más fuerte impulsado por el miedo y unas tasas de interés más altas de lo que las economías pueden resistir, por ende, unos pagos de intereses difíciles de mantener.
Finalmente, si lo vemos a largo plazo, que los Estados Unidos continue de esta manera, y mantenga un escenario en donde las tasas de interés prosigan en aumento insostenible, donde el consumo interno siga debilitándose, así como una disminución de la inversión privada, el debilitación del flujo de dinero que sale del país y bajos ingresos, esto le abre las puertas a China a afianzar y reforzar su presencia en nuestra región, comprando más commodities que en el pasado, y refinanciando las deudas de altas tasas con los Estados Unidos de Norteamérica, resultando en un dominio más amplio para el gigante asiático sobre este lado del mundo.