Siempre me he preguntado lo siguiente cuando tomo carreteras: ¿Por qué si voy de la capital hacia las regiones sur y norte sólo tengo que pagar peajes al salir de la ciudad? Considero que choca con la lógica financiera que cueste lo mismo ir a San Cristóbal que llegar a Pedernales.
Sólo basta con ponernos a pensar en la cantidad de kilómetros que recorremos cuando salimos a cualquier provincia de la frontera versus lo que pagamos en el peaje si apenas llegaremos a Villa Altagracia. Es injusto y no sé cómo no hemos puesto atención a esta distorsión.
Quizá deba relacionarlo con la historia de un Estado paternalista, cuyos gobiernos piensen más en su popularidad que en los resultados que verdaderamente se traducirán en una mejoría en la calidad de los servicios que espera la gente. Sé que no es un tema fácil de tratar. El peaje que se intentó instalar entre La Vega y Santiago es una muestra del poder que tienen algunos sectores para poner de rodillas a los que deben tomar las decisiones basándose en un plan de desarrollo.
Con excepción de las autovías que conectan a la capital con la región Este, la Circunvalación de Santo Domingo y la autopista Juan Pablo Duarte (o del Nordeste), en este país resulta extremadamente barato transitar por nuestras principales carreteras o vías interprovinciales.
Y lo peor: nos quejamos de que nuestras carreteras son inseguras, que tenemos los índices más altos de muertes por accidentes y que tenemos calles y autopistas sin señalización.
Quizá debemos hacer un mea culpa todos los ciudadanos de este país. Está mal que paguemos impuestos para ver que quienes deben administrarlos los dilapiden, pero también resulta contraproducente que no asumamos el rol que nos corresponde como ciudadanos. No sólo tenemos el derecho de transitar por carreteras seguras, sino que estamos en la obligación ciudadana de reclamar a quienes gobiernan que inviertan en lo que realmente dará mejor calidad de vida a los dominicanos.
En este contexto de ser sinceros con nosotros mismos, independientemente de los alegatos o justificaciones que pudieran esgrimir algunos sindicatos o empresas de transporte, lo cual no sería extraño, no es justo que paguemos un solo peaje si la cantidad de kilómetros que vamos a recorrer es diferente. Debe haber un estándar que nos permita planificar correctamente la instalación de los peajes. Al principio pudiera haber rechazo, porque el ser humano es así por naturaleza, pero los resultados convencerán a los incrédulos.
Quizá no sea prudente instalarles estaciones de peajes a las viejas carreteras que tenemos, pero sí a las circunvalaciones que el Estado construye en diversas provincias. Ya ha funcionado en Santiago y Santo Domingo. También debería hacerse en otros lugares. La comodidad cuesta.
Ahora le preguntaría a usted, amigo lector: ¿Considera que nuestras carreteras deberían tener más peajes para que eso se traduzca en mejores vías para transitar?