“No puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”-Abraham Lincoln.
Quien pretenda debilitar las fuerzas vitales de una nación debería pensar en todas las consecuencias: para el objetivo elegido, para quien promueve el daño y para terceros. En el mundo actual, habría que tomar en cuenta también la interdependencia de los actores de la economía global en la que un solo suministro es resultado del trabajo de muchos, sin importar mucho su localización.
Las sanciones occidentales antirrusas, con las que los Estados Unidos buscan lograr el éxito de su agenda geopolítica y objetivos inmediatos, al parecer exageran el daño que tales medidas deberían ocasionar a su declarado archienemigo: la Federación Rusa.
Y es que no trata de un objetivo-nación cualquiera. Rusia destaca por enormes recursos naturales, entre ellos los energéticos, su industria militar y aeroespacial, vastísimo territorio (más de 17 millones de kilómetros cuadrados) y poderío bélico.
Además, cuenta con sus tradicionales esferas de influencia desde la época soviética, conformadas por decenas de países africanos, árabes, asiáticos y latinoamericanos. Igualmente, resulta no despreciable su largo rosario de experiencias guerreras de gran escala, como son la primera y segunda guerra mundiales, y sus recientes incursiones militares en Oriente Próximo.
En definitiva, Rusia tiene donde apoyarse, tanto dentro como fuera de su territorio, siendo indudablemente impresionante su poderío militar. Tomando en cuenta esta objetiva realidad, a la que se une la fuerte prevalencia de un sentimiento nacionalista y de orgullo nacional que no pudo ser
debilitado por la guerra de exterminio de 1941-45 emprendida contra ella, las sanciones occidentales de segunda generación -las que buscan su justificación en la “invasión rusa” de Ucrania- parecen ineficaces o, peor aún, contra toda predicción occidental, han terminado fortaleciendo a un gigante semidormido.
Siendo así, vemos cómo las sanciones terminan fortaleciendo la economía rusa y alentando y acelerando el desarrollo a gran escala de su portentoso complejo militar-aeroespacial. Peor aún, el acorralamiento de Rusia cuestiona ahora seriamente el orden unipolar surgido de las ruinas de la Unión Soviética. De manera especial, uno de los principales pilares de ese orden: el dólar como su moneda de reservas por excelencia.
Obviamente que, tarde o temprano, alguien debe pagar las consecuencias de los resultados inadvertidos de las interminables sanciones a la economía y tecnología rusas, como aquella del increíble secuestro de 300 mil millones de dólares de activos rusos en bancos occidentales-: un notable acto de piratería global al mejor estilo colonial.
Las sanciones son un error garrafal de Occidente, al margen de que cuestionan la propia legalidad del orden unipolar y abusivo que se pretende a toda costa defender y preservar.
Sí, mientras sus promotores sufren de una alta relativa inflación, escasez de ciertos suministros, encarecimiento desmedido de los energéticos y amenazas de convulsiones sociales, Rusia gana influencia en el mundo con su discurso de respeto de la soberanía de los pueblos y de no intromisión -en ninguna circunstancia- en sus asuntos internos.
Pero… ¿y Ucrania? El caso de Ucrania no es invasión ni irrespeto de soberanía nacional: es defensa de la seguridad de Rusia ante una OTAN cuyos planes expansionistas parecen no tener límites. Es recuperación de unos territorios que nunca han sido
de hecho de Ucrania, sino históricamente de Rusia. En ellos no se habla ucraniano (una malversación del ruso), sino ruso.
Para Occidente, el conflicto Rusia-Ucrania es solo un pretexto para recurrir a los extremos que dejan multimillonarios dividendos a sus complejos militares (hasta ahora 55 mil millones de USD en ayuda). No es la soberanía ucraniana la que está en juego, es la supremacía absoluta de unas cuantas potencias occidentales muy ricas y acostumbradas, desde la aciaga y sangrienta época colonial, a dictar las reglas a todo el mundo.
Rusia resurge de repente de los escombros de la URSS, por primera vez de una forma globalmente evidente. Su economía no está diezmada, que era la apuesta, sino fortalecida: crecerá más deprisa este año que la de Alemania y Reino Unido, resultando que, en 2024, según pronósticos creíbles, superará el crecimiento de Estados Unidos, Japón, Italia y otras naciones.
En adición, se hace cada vez más visible su relevancia política, económica y militar en Asia, Oriente Próximo, África y Suramérica.
Por: Julio Santana