“Lo desconocido no es más que el comienzo de una aventura, una oportunidad de crecer”. –Robin Sharma.
De acuerdo con la entrega anterior, las autoridades deberían cambiar radicalmente sus políticas con las mipymes. Luego de transcurridas décadas, los instrumentos convencionales de suministros de capital de trabajo, asistencia técnica sin que medien criterios diferenciadores, proyectos puntuales liderados por algunos ministerios y jornadas de capacitación masivas en temas relacionados con finanzas, organización y calidad no arrojan el resultado esperado.
Ciertamente, un aplastante número de mipymes sigue siendo vulnerable a los cambios del entorno, con niveles organizativos y de equipamientos tecnológicos deprimentes, absolutamente desconectadas de la infraestructura de la calidad, sometidas a los rigores de la informalidad y sin un marco de políticas que refleje de manera más o menos fidedigna sus realidades y arroje adecuadas soluciones a sus problemas.
¿Qué hacer? El Estado, junto a los gremios empresariales más influyentes, los laboratorios de pruebas y ensayos, y los técnicos e institutos que conforman al Sistema Dominicano para la Calidad deberían formular un marco adecuado de políticas enfocado estrictamente a las pymes ambiciosas, es decir, a aquellas que muestren el potencial y la determinación de escalar y competir en mercados organizados.
De hecho, es más redituable invertir dinero en un grupo selecto de pequeñas y medianas empresas dinámicas que en proyectos grandes donde la apuesta al fortalecimiento de la capacidad de competir en cualquier terreno incluye a miles de unidades que sobreviven gracias al apoyo gubernamental y a los bancos y sus programas especiales. Insistimos en que el énfasis debe hacerse en los segmentos de las pymes más dinámicos, más aguerridos y, si se quiere, más locos a la hora pisar terrenos competitivos y desafiantes.
Consecuentemente, tal y como señala Alicia Bárcena (Cepal, Naciones Unidas, 2020), frente a ese grupo más dinámico, seleccionado mediante la realización de un diagnóstico especializado, el objetivo sería “…aumentar la productividad a través de la introducción de cambios tecnológicos y organizativos. De esa forma, actuarían como agentes que fomentan el cambio estructural ayudando a crear y difundir innovaciones y a desarrollar nuevos mercados (CEPAL/OCDE, 2012)”.
Bárcena recuerda que “…la entrada de nuevas empresas fomenta la competencia, pues se introducen nuevos modelos de negocio que desafían los tradicionales al crear una turbulencia saludable —destrucción creativa en términos schumpeterianos— que conlleva la búsqueda constante de un uso más productivo de los recursos, lo que contribuye a aumentar la productividad agregada de una economía”.
Igualmente, para la Cepal en general es importante incrementar el rol de las aglomeraciones productivas para fomentar la colaboración entre agentes económicos e instituciones, a fin de “generar un beneficio competitivo” que podría traducirse en niveles de producción más elevados, incorporación de nuevas tecnologías y aceleramiento de los procesos de aprendizaje (= mayor nivel de eficiencia colectiva que no sería alcanzable por una empresa individual).
Obviamente, a través de las cadenas de suministros, esta estrategia impactaría favorablemente los ingresos de las microempresas, influyendo en alguna medida en la reducción de sus proverbiales vulnerabilidades.
Somos de la convicción de que el recorrido de las microempresas hacia el sector dinámico por crearse de pymes nadie puede garantizarlo: ellas encarnan los medios de literal sobrevivencia de miles de familias que bogan entre la fragilidad estructural y la pobreza, entre la permanencia y los riesgos siempre latentes de la desaparición, entre el esfuerzo de permanecer y las drásticas limitaciones en cuanto a capacidades y estilos organizativos.
En todo caso, las políticas bien diseñadas, impactando sensiblemente a la vanguardia de las pymes (que no a todas), pueden hacer que las microempresas beneficien los estratos más vulnerables.