¿Alguna vez te has preguntado cómo la economía pretende predecir el comportamiento de un mercado utilizando únicamente fórmulas y números, sin considerar cómo las personas toman decisiones?
Desde hace unos años, luego que Richard H. Thaler ganara el Premio Nobel de Economía en el 2017, por sus aportes a la “Economía del comportamiento”, se ha marcado un crecimiento exponencial en el estudio de esta rama de la economía. Esta busca comprender la influencia de la psicología en el comportamiento de las personas y sus efectos consecuentes en el mercado.
La economía clásica ha estudiado los fenómenos económicos siempre apostando a un comportamiento enteramente racional por parte de las personas. Sin embargo, esta total racionalidad no corresponde a la naturaleza del cerebro humano, dándose así el origen del concepto “racionalidad limitada”. Esta sostiene que cuando las personas toman decisiones económicas, no buscan optimizar recursos sino satisfacción personal. En otras palabras: la economía del comportamiento estudia la diferencia entre lo que la gente “debería” hacer y lo que realmente hace.
Cuando debemos analizar una situación o problemática económica para elegir la mejor alternativa, nuestro cerebro saca conclusiones que muchas veces son incorrectas. Estos errores son conocidos como heurísticas y sesgos, términos que en muchas ocasiones son tratados como sinónimos, pero que corresponden a conceptos diferentes. Las heurísticas son atajos mentales que simplifican el trabajo al momento de tomar decisiones, mientras que los sesgos son distorsiones en la percepción de la información que tenemos disponible.
Actualmente se han identificado 180 sesgos cognitivos, que se pueden dividir en cuatro grupos: sesgos que afectan nuestra memoria, sesgos que afectan cómo percibimos la información cuando es demasiada, otros que afectan cómo percibimos la información cuando es muy limitada, y por último, cómo organizamos la información cuando necesitamos actuar rápidamente.
Entre los sesgos y las heurísticas más comunes está la aversión a la pérdida, que explica cómo las consecuencias negativas (pérdidas) tienen efectos negativos más pronunciados que las consecuencias positivas (ganancias) de la misma magnitud. Por ejemplo, nos duele más perder mil pesos que lo que nos alegraría ganar mil pesos. También existe la heurística de disponibilidad, que explica cómo utilizamos la información que tenemos de más fácil acceso en nuestro cerebro para la toma de decisiones o para calcular probabilidades de algún acontecimiento, sin considerar las probabilidades de los acontecimientos a los que no tenemos tan rápido acceso en nuestro cerebro.
La larga lista de sesgos y heurísticas estudiadas han permitido identificar patrones en el comportamiento humano, haciendo posible incorporar estas características cognitivas a los modelos económicos; haciéndolos así más eficientes y satisfactorios para los agentes que participan de ellos. Existen otras ciencias que han logrado robustecer sus aplicaciones gracias a los descubrimientos de la economía conductual, como el caso del derecho, la medicina, o incluso del diseño de políticas públicas que incentivan a una respuesta colectiva de mayor beneficio para la población a la que se aplica.