[dropcap]T[/dropcap]ercer lunes de diciembre. El chirrido de los frenos del primer autobús de la OMSA se vuelve más agudo cuando el vehículo llega, a las 5:30 de la mañana, a la primera parada ubicada a pocos metros del frente al Hipódromo V Centenario, Santo Domingo Este. Los pasajeros que esperan alzan su brazo derecho mostrando el pulgar para pedir un aventón por el que pagarán 15 pesos.
El silencio que arropa la avenida Hípica anuncia la llegada del alba para iniciar una mañana que promete traer calefacción a un día que despertó frío y húmedo.
En la parada un trío de haitianos ríe y habla a la velocidad rápida y característica de su creole natal. Los demás ignoraban las carcajadas y mantienen la mirada fija en la puerta de salida del control oriental de la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA), poco visible por la distancia y la oscuridad que reina en aquella calle silenciosa.
Una mujer con cara de sueño tose tres veces por las molestias de un resfriado, al tiempo que vende un café a una señora desde las afueras de su casa, que queda justo detrás de la parada.
La mujer que compra mientras espera la OMSA balbucea algunas maldiciones debido a la tardanza de los choferes para salir del control. “Esta gente der’ diablo si duran”.
“Yo voy a llegar a las 10:00”, se queja en momentos en que solo había salido una “guagua” con ruta hacia la avenida Independencia, Distrito Nacional. Su interés era abordar un autobús con ruta hacia la avenida 27 de Febrero.
A las 5:45 el chofer del próximo autobús sale de prisa del control, como si presintiera que esperan. La mujer baja de la acera, apurándose el café y alza el brazo como los demás, poniendo los ojos achinados para leer el letrero que indica la ruta. Ella, junto a cuatro personas abordan el autobús y a la medida que van pasando por el contador se observa el caminar de las siluetas por las ventanillas difuminadas a causa del frío. La OMSA arranca de inmediato.
En un lapso de 12 minutos parten dos guaguas más y los haitianos apuran el paso para subir a una. De inmediato el silencio se acentúa, a pesar de que otras personas empiezan a acercarse a la parada. A las 6:18 de la mañana sale el autobús del corredor Charles de Gaulle con destino a Villa Mella, en Santo Domingo Norte.
Al igual que los demás, el autobús cuenta con aire acondicionado, por lo que, era de esperarse, los asientos también están casi helados. Los que subieron tuvieron que agarrarse presurosos de la red de tubos por lo rápido que arranca el chofer. Sin titubeos, el conductor acelera la OMSA a una velocidad que supera los 60 kilómetros por hora, dejando detrás un sonido ensordecedor. típico de ese tipo de vehículos.
Las curvas
El chofer pasa en un santiamén por las tres curvas que forman parte de la desolada avenida Hípica. Marcha a toda velocidad, sin pisar en ningún momento el freno, como si emprendiera una huida. Los pasajeros parecen acostumbrados a este tipo de travesía abrupta que sobrepasa los límites de la velocidad de la prudencia.
Ningún pasajero aguarda en la segunda parada, ya que al parecer está ubicada en un tramo peligroso y el chofer continúa hasta frenar en la entrada de la Hípica para tomar la avenida Los Palmeros, que conecta con La Marginal de la autopista Las Américas.
La OMSA parece entrar a la civilización y al bullicio de la ciudad a las 6:22 de la mañana. Recoge a más personas en la tercera parada, la mayoría mujeres que se sientan en “la cocina” (los últimos cinco asientos del autobús) huyendo del frío que eriza la piel.
-¡Ay padre, qué frío! Se me quedó el abrigo -comenta una.
-Eso se siente más pa’ allá alante; siéntese pa’ acá atrá -responde sonriente su compañera.
La mujer acepta el consejo y se sienta detrás, aunque sigue tirita de frío. Los pasajeros de la siguiente parada entran y caminaban apurados dentro de la guagua para tomar los pocos asientos vacíos que restan. Un hombre se queda cerca de la puerta de entrada buscando un menudo. Tienta los bolsillos de su pantalón y el de su camisa, hasta que se rinde en la búsqueda y decide pagar con un billete de RD$50.
La cajera se demora en devolverle los RD$35, mientras la guagua vuelve a rugir al acelerar. Cuando el hombre obtiene su devuelta, avanza agarrándose de cada asiento hasta apoyarse de un largo tubo de metal que conduce a la salida.
¡Es una embarazada!
En una nueva parada tres mujeres suben a la OMSA. Una por delante y las demás (incluyendo una embarazada) entran por la puerta trasera sin pagar. El chofer mira hacia atrás enojado y les pide con un tono adecuado que bajen para que paguen, pero ambas simulan sordera, lo que hace enojar al conductor, quien decide no avanzar si no salen del autobús.

Los pasajeros empiezan a vociferar que salgan, mientras otros ven injusto que el chofer no deje que la embarazada se quede. “¡Es una embarazada, abusador!”.
Para no causar más líos, las coladas ceden a la presión, bajan y entran por la puerta delantera al tiempo que entregan los RD$15 a la cajera, quien les reprocha con la mirada. Ahora vuelven a tomar sus asientos, aunque la embarazada con mayor lentitud.
Las paradas están cerca una de otra, a una distancia de no menos de 300 metros. A partir de la quinta, cuatro hombres suben con bultos y mochilas sucias de cemento y llenas de herramientas de construcción. Dos de ellos se quedan de pie, incluyendo un trigueño con jeans rotos, gastados y manchados de pinturas de todos los colores.
Conversa con un conocido para que le sostuviera la mochila para así sentirse más cómodo agarrando el tubo de arriba.
Las mujeres de “la cocina” empiezan a criticar con crueldad el aspecto y la edad de la embarazada. “Pero esa es una vieja, dizque preñada”. “¡Qué barriga, parece un fibroma!”.
Charles de Gaulle
Con un brusco freno, la OMSA comienza a tomar el carril de la izquierda. El conductor olvida una parada en la que una mujer hasta brinca para llamar su atención en su empeño porque la recogiera, pero éste obvia esa parte del camino y se integra en el despejado tránsito de la autopista Las Américas cuando el reloj marca las 6:28 de la mañana.
La guagua mantiene su carril hasta llegar al desvío curvo que conduce a la avenida Charles de Gaulle. El chofer tampoco frena y los cuerpos de los pasajeros se mueven al igual que la guagua, la cual parece estar a punto de volcarse; los dos pasajeros parados se agarran de dos barras diferentes hasta que la OMSA toma la avenida.
En la onceava parada (la primera de esa ruta en la Charles de Gaulle), el hombre que no encontraba menudo en sus bolsillos sale de su asiento y toca el timbre rojo para pedir la parada.

El chofer lo deja y el autobús no vuelve a detenerse hasta las próximas tres paradas, que es donde una mujer sube para quedarse de pie. La guagua espera el cambio de luz del semáforo y atraviesa la autopista San Isidro, rodando por avenida Charles de Gaulle con facilidad hasta cruzar por la entrada de Invivienda a las 6:38, hora en que la luz del día empieza a salir. Desde las ventanillas se observa un grupo de más de 20 personas esperando por otra guagua que no era la que provenía desde el Hipódromo.
Nadie pide quedarse en la parada y ésta continúa hasta llegar a otra intersección en la Carretera Mella, solo en ese tramo recoge a dos personas que se subieron fuera de las paradas preestablecidas por la OMSA, aprovechando que el autobús esperaba por el cambio de luz en el semáforo.
Al no haber suficientes vehículos por esa vía, ni personas esperando ese corredor, el chofer opta por seguir corrido pasando por la tienda La Sirena y llega frente a una estación de gas para dejar a otro pasajero.
La embarazada… otra vez
Los demás apreciaban el recorrido por la ventana hasta que una mujer pide su parada frente al Hospital Traumatológico Ney Arias Lora. El chofer no se detiene y la mujer vuelve a pedirle la parada voceando. “¿Me vas a botar abusador?”.
La cajera le responde que la parada se pide a través del timbre, mientras ésta baja maldiciendo al chofer. La embarazada también baja los escalones de la guagua con toda calma y con un pie fuera el chofer arranca, lo cual la obliga a gritar: “párate, párate, que me quedo”.
El chofer se detiene otra vez, diciéndole “lenta” y en esta ocasión las mujeres de atrás están del lado del conductor al opinar lo mismo.
La OMSA se aproxima a su destino y se detiene frente a otro Multicentro La Sirena, mientras la mayoría de los pasajeros se quedan y el chofer, junto a la cajera se toman un café en la esquina de la Avenida Hermanas Mirabal, donde un mar de gente cruza la calle cuando el semáforo muestra la luz verde. El autobús termina un recorrido de 22.46 kilómetros al doblar en “U” a las 8:07 para retomar la ruta de nuevo en dirección al Hipódromo.