[dropcap]L[/dropcap]a calma que domina el ambiente se interrumpe cada 20 minutos cuando una de las ruidosas guaguas inicia su largo y lento recorrido hacia la capital.
Cinco o seis hombres de mediana edad conversan en voz baja arrimados a una de las construcciones grises que adornan el polvoriento entorno. A su lado se erigen varios locales color azul que alojan pequeños negocios que abastecen de comida a los choferes de Fenatrano que brindan el servicio de transporte desde Punta, Villa Mella, hasta el Centro de los Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo (Feria, en un habla popular que refiere a la dictadura). Del otro lado de la calle solo se ven árboles, como si se tratara de la entrada a un espeso y oscuro bosque.
Aunque falta poco para las 7:00 de la mañana, todavía está oscuro (propio de los meses de invierno) y alumbra una débil y amarilla luz desde lo alto de un poste.
La estrecha y polvorienta vía (carretera de Yamasá) hace su encuentro con la Circunvalación de Santo Domingo a unos pocos metros. En sentido opuesto, la calle conduce al sur, hacia los lugares de trabajo de los cientos de pasajeros que usan diariamente esta ruta.
A las 6:45 de la mañana es el turno de partida de otra de las guaguas. Se trata de una blanca Mitsubishi con placa borrosa. Chofer y cobrador se disponen a iniciar el recorrido. Lo hacen con tal desenfado que no queda dudas de que se trata de un trayecto bien conocido. Inician lento, muy lento, como si inspeccionaran minuciosamente con la mirada cada metro del camino.
Muy cerca divisan los primeros dos pasajeros, dos hombres que aguardan en una parada de carros muy cercana en la esquina de una calle que destaca por su color amarillento. Tras varios minutos de espera, uno de ellos manifiesta su impaciencia, mientras ve pasar con prisa otras guaguas repletas de personas desde lejos, probablemente de algún pueblo de la provincia Monte Plata.
La guagua sigue su recorrido con paciencia. El chofer y el cobrador intercambian algunas palabras mientras el segundo sujeta la puerta y reparte su atención entre su pequeño celular de pantalla azul y la orilla de la calle.
A las 6:52 abordan otros dos pasajeros y el cobrador anuncia, cual robot descompuesto, la parada final: “Feria, Feria, Feria…”. Muy pocos metros adelante el cobrador toca el sonoro borde de la puerta y el chofer se detiene con diligencia para recoger un hombre mientras especula sobre la rentabilidad del día. “Si la vuelta sale buena, a uno le dan deseos de seguir trabajando”, asegura.
La guagua arranca, pero se detiene casi inmediatamente al sonido de la puerta, que funciona casi como un freno a distancia.
La estrechez de la vía y la lentitud de la guagua ralentizan el tránsito. Es evidente la impaciencia de los conductores que vienen detrás, quienes intentan rebasar con el cuidado que implica hacerlo en esta calle de un carril en cada sentido.
Aumenta la cantidad de personas que abordan el vehículo por paradas, aunque la frecuencia en que la guagua se detiene no disminuye. “Ven, menor, que voy rápido”, dice el cobrador a una joven, intentando que apure el paso.
En una de las tantas paradas sube una mujer con un bebé envuelto en una manta verde pastel. Mientras atraviesa el pasillo grita con evidente enojo: “chofer, tengo un niño encima”. El conductor se disculpa, aunque no detiene el vehículo que sigue en movimiento.
A las 7:01 ya no quedan asientos y el cobrador empieza a pedir que se peguen y que “llenen atrás”, sin olvidar de anunciar una y otra vez que se dirige a La Feria.
Hasta ahora, el entorno se caracteriza por la presencia de un extenso solar verde a un lado de la calle y del otro de barrios desde donde salen los pasajeros. Hay variedad de olores, que van desde el humo de fogones improvisados a orillas de la calle, alguna pocilga o la basura que parece omnipresente.
El cobrador continúa el insistente pedido a los pasajeros de que llenen por completo el pasillo que, ausencia de asientos, deben ocupar de pie. Pronto el autobús se llena y los pasajeros que van parados se sujetan de cualquier cosa que les pueda dar estabilidad, un tubo corto de metal, los asientos o los marcos de las ventanas.
La cantidad creciente de pasajeros hace que muchos se recuesten sobre quienes están sentados o, simplemente estrujan sus pertenencias contra sus cuerpos, con un “excúseme” cada cierto tiempo.
Ahora que la guagua está llena, la velocidad es mayor. El chofer es capaz de acelerar y balancear su vehículo de lado a lado, y detenerlo justo cuando suena el borde superior de la puerta, la señal que indica el momento en que un transeúnte le hace señas de que quiere abordar.
Al seguir avanzando hacia el sur, el tráfico se hace más pesado. El tumulto de vehículos, personas, negocios en las aceras, vendedores de alimentos y basura crean la atmósfera idónea para la formación de tapones sin la necesidad de semáforos.
El intenso olor a basura húmeda persiste, mientras que los pasajeros mantienen cara de ausencia, sumidos en sus propios pensamientos o, quizás, con el letargo matutino que les produce levantarse tan temprano para poder llegar a tiempo a sus puestos de trabajo en el “lejano” Distrito Nacional.
Ya a las 7:16 se escuchan algunas voces que piden parada en “la Charles”, “la Mamá Tingó” o “el Metro”. El caos es todavía mayor. El ruido crea una atmósfera confusa, mientras decenas de personas caminan en todas las direcciones colándose por cualquier recoveco dejado por los vehículos (porque les era imposible ocupar esos espacios).
En este escenario de “pase el que pueda”, el chofer, sin más, se estaciona en la orilla izquierda de la calle y deja a los cerca de 10 pasajeros que abandonan la guagua. Atraviesa rápidamente la avenida Charles de Gaulle. Arriba, se ve salir raudo de su estación de origen uno de los vagones del metro.
Luego de superar el tumulto, el chofer presiona el acelerador, como si se sintiera libre luego de estar atascado en el tapón. Entra por las grandes ventanas el aire fresco característico de las mañanas de diciembre y se escucha otra vez los pedidos de parada. Sale y entra gente. La guagua continua llena. Algunos comparten la puerta con el cobrador.
Una vez en el Distrito Nacional, la guagua se dispone a dejar a los pasajeros que vienen apretujados desde hace una hora.
La siguiente parada importante es la intersección de las avenidas Máximo Gómez y Nicolás de Ovando. El panorama es caótico. Bullicio, basura, vendedores y el omnipresente mal olor. La guagua sigue en dirección sur, mientras el cobrador continúa gritando “Feria”, sin perder la esperanza de seguir encontrando pasajeros.
“Chofer, déjame”, se escucha al cruzar la avenida 27 de Febrero. “Párate aquí, que no hay Amet”, dice el cobrador. Se detienen al lado de la isleta. A estas alturas, ya nadie está de pie y la frecuencia de las paradas para dejar pasajeros aumenta.
Entre paradas en medio de la vía, cortes a la fuerza y quejas por el precio del pasaje, la guagua llega a su destino a las 8:16 de la mañana.
Desvío para ahorrar tiempo
La travesía continúa en un acelerar y frenar para coger y dejar pasajeros, en los que el chofer no muestra reparos en atravesar la guagua en la vía, hacer cortes bruscos (“de pastelitos”) o intimidar a otros conductores.
Con 41 minutos de recorrido, el cobrador anuncia que tomarán una ruta alternativa, con el fin de abandonar la avenida Hermanas Mirabal que luce despejada. “Ella (la calle) se ve así, pero más adelante te agarra el tapón”, afirma una pasajera que se encuentra de pie, quien forma parte de la facción de pasajeros que apoya que se tome una ruta alternativa. No se ponen de acuerdo. Con todo, el chofer dobla a la izquierda en la calle Paraíso, abandonando la avenida Hermanas Mirabal.
A pocos metros, el vehículo se detiene y recoge a una embarazada. El cobrador pregunta quién le puede ceder un asiento. El silencio reina.
El chofer adentra la guagua en una zona residencial de calles estrechas y hondos badenes hasta llegar a la calle Isabela, justo a la entrada del puente que permite cruzar el río Isabela y da entrada al Distrito Nacional.
El congestionamiento es grande en la cabeza del puente Jacinto Peinado, dando la razón a quienes apoyaban el desvío.
Obstrucción del tránsito vehicular
La ruta de Fenatrano que parte desde Punta de Villa Mella tiene una distancia aproximada de 20.2 kilómetros. En el recorrido realizado por elDinero un lunes en la mañana, el autobús se detuvo 66 veces en una hora y 30 minutos.
A diferencia de los autobuses de la Oficina Metropolitana de Autobuses (OMSA), las voladoras no tienen paradas establecidas, por lo cual se detienen en cualquier lugar que un pasajero desee subir o bajar del vehículo.
Además de los retrasos que esto supone para quienes se dirigen a sus labores diarias, se motiva el manejo temerario y desordenado, muchos choferes no reparan en detenerse en medio de la vía, realizar cortes abruptos e impedir que los demás conductores transiten con normalidad. Este esquema estimula la agresión a otros conductores.