La verdad hay que decirla: los chinos de Taiwán, que buscan el reconocimiento internacional como un Estado soberano, merecen un aplauso al unísono. Han demostrado que son un pueblo con una fe inquebrantable. Su país es hoy un ejemplo de progreso.
Quien haya tenido la oportunidad de visitar esa nación asiática habrá palpado el gran desarrollo humano que tiene. Su valor más preciado, quizá, es la libertad de expresión y madurez democrática que han construido durante más de 70 años. Sin duda, le hacen un honor a su mentor y guía Chiang Kai-shek, quien al perder la guerra decidió formar tienda aparte.
Hoy, a pesar de lo lejos que están de ser reconocidos como un Estado, y posiblemente se lo merecen porque así lo han demostrado, los taiwaneses son un ejemplo de trabajo. No es fácil, sin embargo, tener la aquiescencia de la ONU, cuando uno de sus miembros con poder de veto es, justamente, de quien se quieren liberar.