Cuando hablamos de RD$119,363.2 millones nos referimos a algo grande e importante. En el caso de República Dominicana es demasiado importante. No se trata de cualquier cifra. Es un monto que equivale al 4% de producto interno bruto (PIB) y que por años venía siendo parte del discurso de las principales organizaciones que buscan un mejor país.
Ahora bien, ya estamos cumpliendo con la Ley 66-97, un instrumento jurídico que manda al gobierno a destinar estos recursos para nuestra educación. Respetar esta legislación es lo mismo que decir que buscamos, como país, salir de los peores lugares en materia de calidad educativa. Para nadie es un secreto que en este renglón sacamos las peores notas.
¿En qué hemos concentrado estos recursos? La mayor parte se ha ido a tres partidas: pago de salarios, alimentación y construcción o reparación de aulas. ¿Y la mejoría de la calidad? De eso nada. De hecho, las autoridades de educación se han referido a cifras que no llegan ni a los RD$3,000 millones para preparación y actualización de nuestros maestros, que es dónde está nuestro principal problema. De nada vale que alimentemos a nuestros niños, llenando sus estómagos con buena comida, si no estamos echando nada útil en sus cerebros.
Es probable que el 4% del PIB se quede corto y haya que volver a encender las masas para reclamar más recursos.
Si alguien se pone a pensar que el gobierno ha concentrados su política educativa en construir y rehabilitar planteles, y no a mejorar la calidad de la educación, podría tener razón. A veces los gobiernos se pierden en algunos aspectos simples. Es cierto que una escuela bonita, bien hecha, excelentemente distribuida y entregada en un acto público se ve bien y se nota. Pero también es cierto que internacionalmente saben que nuestra educación es de mala calidad. Si no tenemos maestros bien capacitados, que dominen las herramientas tecnológicas adecuadas y se actualicen constantemente, jamás llegaremos a estar entre los primeros lugares en materia educativa.
La educación es un pilar fundamental para avanzar no sólo en materia de desarrollo humano, sino también en generar fuentes de empleos y riquezas para el país. Sería bueno preguntarse ¿qué pasará con el dinero destinado para educación una vez no haya más escuelas que construir o que por lo menos sea necesario reducir el ritmo de construcciones? Las autoridades deben tener claro que el gasto corriente, en la medida en que integramos más escuelas a la tanda extendida y contratamos más maestros, que son muy necesarios, en ese mismo orden requeriremos más recursos.
Es probable que el 4% del PIB se quede corto y haya que volver a encender las masas para reclamar más recursos.
La calidad de la educación no sólo se trata de llenar los estómagos a nuestros estudiantes y construir aulas. Pensemos en lo que viene y en lo que realmente necesitamos como país para mejorar nuestras notas en las evaluaciones internacionales a las que nos someten constantemente.