La economía de Brasil se aproxima al final de un periodo marcado por la peor recesión de su historia, unos índices de desempleo aún preocupantes y un déficit fiscal desbocado que el presidente que sea elegido el domingo tendrá que abordar para evitar descarrilar de nuevo.
El vencedor de las elecciones se encontrará a la mayor economía de Sudamérica estancada, con casi trece millones de personas sin trabajo y a la que le cuesta superar los efectos todavía visibles de la severa crisis de 2015 y 2016 que desplomó el Producto Interno Bruto (PIB) un 7%.
La mayoría de los aspirantes a la Presidencia han centrado gran parte de sus promesas en la creación de millones de empleos para revertir ese 12.1% de paro y coinciden en destacar que Brasil tiene un problema fiscal, aunque difieren en las soluciones.
Las cuentas públicas brasileñas acumularon en los últimos doce meses hasta agosto un déficit nominal -incluido el pago de intereses- de unos 503,000 millones de reales (unos 123,200 millones de dólares), lo que supone el 7.45% del PIB.
Ese desfase ha provocado un aumento exponencial de la deuda bruta del sector público, que alcanzó en agosto los 5.224 billones de reales (unos 1.2 billones de dólares), el equivalente al 77.3% del PIB, cuando en 2014 rondaba apenas el 50%.
“Brasil está sentado sobre una falla tectónica. Esa falla es un déficit público brutal que tiene que ser controlado”, afirmó a Efe Antonio Porto, profesor del centro de estudios económicos Fundación Getulio Vargas (FGV).
El presidente Michel Temer intentó una dura reforma del sistema de pensiones -Brasil destina hoy alrededor del 13% del PIB al pago de jubilaciones-, pero el proyecto fue paralizado ante la falta de apoyo parlamentario.
Las dudas sobre cómo resolver este asunto se ciernen ahora sobre los dos máximos favoritos para los comicios: el ultraderechista Jair Bolsonaro, líder en los sondeos, y el progresista Fernando Haddad, sucesor del encarcelado expresidente Luiz Inácio Lula da Silva como candidato del Partido de los Trabajadores (PT).
Bolsonaro ha prometido una mayor apertura económica y una menor carga tributaria, aunque no hay certeza sobre cuál será su estrategia para abordar el déficit, mientras que Haddad ha asegurado que revocará todas las polémicas reformas económicas aprobadas por el actual mandatario para sanear las cuentas públicas.
“Para tener un crecimiento más fuerte el próximo Gobierno tiene que hacer una serie de reformas y esa polarización en la que estamos, con los dos candidatos más extremistas al frente de los sondeos, es un obstáculo todavía mayor”, indicó a Efe Marcel Balassiano, investigador sénior de economía aplicada de la FGV.
Temer llegó al poder a mediados de 2016 tras la destitución de Dilma Rousseff, de quien era su vicepresidente, y emprendió un camino radicalmente diferente al explorado durante los trece años anteriores de Gobiernos del PT, primero con Lula, hoy preso por corrupción, y después con su ahijada política.
En plena crisis, el gobernante, con una popularidad en mínimos históricos, emprendió la senda de la austeridad, los recortes y las reformas económicas de corte liberal acorde con lo que exigían los mercados, y favorecido por un control casi absoluto del Congreso.
El Ejecutivo aprovechó ese músculo parlamentario para aprobar un polémico techo de gasto para las próximas dos décadas y flexibilizar la proteccionista legislación laboral, además de poner en marcha un ambicioso plan de privatizaciones de activos públicos, entre ellos Eletrobras, el mayor grupo de energía del país.
La satisfacción del mercado contrastó con la indignación de los sindicatos y una debilitada oposición que convocaron dos huelgas generales, las primeras del país en casi dos décadas.
No obstante, la paralización en los índices de consumo interno ayudó a Brasil a tener hoy una inflación controlada que ha pasado del 10.67% de 2015 al algo más del 4% con la que se prevé que cierre este año.
Con el objetivo de estimular la economía, el Banco Central ha venido reduciendo de manera sostenida los tipos básicos de interés hasta situarlos en el 6.50% anual, su menor nivel desde el inicio de la serie histórica, en 1986.
Asimismo, Brasil creció un leve 1% en 2017 y se prevé que lo haga un 1.4% en 2018, lejos del 3% proyectado a principios de año y rebajado por la huelga de los camioneros que paralizó el país en mayo, las incertidumbres en torno al proceso electoral y las tensiones comerciales entre EE.UU. China y la Unión Europea.
“La recuperación comenzó de forma lenta y gradual como vemos en la actualidad”, subrayó Balassiano.
A ello hay que sumarle la alta volatilidad del real brasileño frente al dólar, moneda que se ha apreciado algo más del 20% este año, aunque las altas reservas en dólares del Banco Central parece que serán suficientes para capear esas turbulencias.