[dropcap]M[/dropcap]anuel Santana lamenta haber recibido educación en un liceo público de Santo Domingo Oeste. Hoy, que tiene 24 años y cursa la carrera de ingeniería eléctrica, siente los efectos de no haber recibido las bases necesarias para tener un buen desempeño en sus asignaturas de grado, especialmente en las relacionadas con matemáticas.
Su frustración es evidente, en especial porque tiene más de cinco años en la universidad y todavía no concluye sus estudios. “A los profesores no les interesaba explicar la clase, había demasiadas horas libres y mucho desorden”, comenta recordando sus años de bachillerato. A esto se le añadían los problemas de la estructura física del centro y la falta de competencia de sus desmotivados compañeros, quienes carecían de deseos genuinos de adquirir nuevos conocimientos.
Para Manuel, sus años de universidad habrían sido más productivos si habría tenido la oportunidad de estudiar en un centro privado, con normas básicas que permitieran al menos cierto rigor en la impartición de los contenidos.
Existe una relación directa entre las habilidades que reciben los estudiantes mediante su preparación académica y sus posibilidades de inserción en la vida productiva, y su posterior generación de ingresos que le permitan acceder a ciertos bienes y servicios.
Así que los trabajadores que cuentan con los mejores niveles de cualificación resultan más atractivos para los empleados, y tienen más posibilidades adquirir trabajos de calidad o emprender y generar su propio empleo. Pero esas habilidades se deben empezar a cultivar desde edades tempranas.
De esta forma, los niños y jóvenes que asisten a centros educativos con dificultades para cumplir con las metas establecidas en el currículo académico tienen desventajas frente a los que sí, independientemente de que se formen en un centro público o privado. No obstante, los centros privados proveen mayores ventajas al 25% de los estudiantes de los niveles básico y medio, especialmente cuando se refiere a la enseñanza de idiomas, brindando mayores posibilidades de inserción dentro o fuera del país.

El Banco Mundial, en su trabajo “Cuando la prosperidad no es compartida” de enero de 2014, determinó que la población dominicana tiene siete factores que determinan su movilidad social. Los que tienen una mayor incidencia para la superación de la pobreza son el área de residencia y el nivel de escolaridad de los padres, con un 26% cada uno. El ingreso familiar influye en un 20%, el cual está directamente relacionado con la posibilidad de ir a escuelas de pago.
El género del niño ocupa el 15% del peso como factor para la movilidad social, el número de hermanos en un 7%, la presencia de ambos padres en 3%, y el género del jefe de familia en un 2%.
Además del mayor rigor a la hora de cumplir con la enseñanza de los contenidos, los colegios generalmente cuentan con mejores estructuras físicas, gracias a una gestión privada más avocada a la protección de la edificación y del mobiliario, a diferencia de los centros públicos, donde se refleja la falta de cuidado por los bienes del Estado.
El contacto entre estudiantes y maestros puede ser distinto entre las dos modalidades educativa. Mientras en una, los padres y estudiantes pueden expresar con mayor facilidad su desacuerdo con la metodología de los profesores, en el otros existe cierta creencia de que las quejas no serán escuchadas por el sistema de gobierno interno de la escuela.
Educación y riqueza
Factores como la riqueza inicial de los hogares y las oportunidades económicas tienen alta incidencia en las posibilidades de movilidad económica en República Dominicana, según el Banco Mundial.
Los hogares que hoy pertenecen a la clase media o a la clase más alta están encabezados por las personas con mayor nivel de educación que los jefes de hogares que se encuentran en una situación de pobreza o vulnerabilidad.
Los jefes de familia que se encontraban en la clase media en 2011 tenían en promedio cuatro años más de educación en 2001 (9.7), comparado con los jefes de familia que eran pobres (5.7).
En el 2011 la mitad de los hogares de clase media y las tres cuartas partes de la clase alta tenían jefes de familia empleados en el sector formal desde el 2000, lo cual contrasta con el menos del 30 % de los jefes de familia empleados en el sector formal entre las familias que eran pobres en 2011.
Una tendencia similar ocurre al analizar la ubicación entre zonas urbanas y rurales. La clase media y la clase alta del 2011 eran más propensas de residir en zonas urbanas en 2000. Durante la primera década del siglo, muy poca gente pasó a formar parte de la clase media. Apenas por debajo del 2% de la población mejoró su clasificación económica.