Soy su asesor de seguros, y me había ganado su confianza, y aunque él era un excelente administrador competente, pero austero, confiaba en lo que yo hiciera con los seguros de sus propiedades, liberándose del proceso y ocupaciones. Ajeres tenía muchas responsabilidades, y en su comunidad, como en su familia, era un líder y él asumió su papel con mucha dedicación, por lo que siempre confió en que yo me hiciera cargo de la administración de los riesgos de sus empresas.
Pues sus pólizas vencían en junio haciéndolo coincidir con el período fiscal de las empresas. Ese año la temporada ciclónica lucía muy agresiva con pronósticos nada alentadores para las empresas agroindustriales que, por su tipo de construcción y producto, son muy frágiles y proclives a los daños. En los bienes de Ajeres había una factoría.
Hacía tiempo que no se actualizaban los límites asegurados y no por falta de diligencia nuestra, lo que de nuevo le sugerí al contador que nos suministrara una tasación reciente donde pudiéramos notar la necesidad de aumentar y actualizar el programa de seguros. Mi amigo aceptó, pero en el pasado no había querido emitir la póliza de Interrupción de negocios o pérdida de beneficio o directa o lucro cesante, como es llamada, la cual cubre los gastos fijos y benéficos esperados en caso de una pérdida directa cubierta. Pues como las primas subieron, no quiso esta vez tampoco completar su programa, a pesar de que le advertí de las circunstancias del período climático. Yo estaba seguro de que algún ciclón ese año nos tocaría.
Pasaron los meses y Ajeres pagó las cuotas mensuales de las primas y con más apuro y cuidado debido a las amenazas de un fuerte huracán que se apresuraba contra la costa dominicana. Los organismos de socorro y prevención estaban con los nervios de puntas. Hacía demasiado tiempo no teníamos nada parecido desarrollándose en el Atlántico y el país no estaba preparado para soportar la embestida de un huracán categoría 5 con vientos de más de 200 km/h.
El 25 de agosto comenzaron los vestigios del huracán y las olas golpeando el arrecife con una rabia inusual arrebatando trozos de rocas calizas que presagiaban una gran aventura para los brecheros del malecón.
Ante las amenazas del ciclón David muchos clientes llamaban para actualizar sus límites asegurados, otros para incluir el riesgo de huracán y otros ni pólizas tenían y procuraban coberturas, pero los contratos son muy claros, después que tenemos aviso de tormentas 72 horas antes se cierran los mercados, y aunque se emita la póliza o el endoso, no habrá pago por las pérdidas de ese evento.
Mi cliente estaba muy tranquilo, sabía que había hecho lo correcto, había actualizado sus pólizas y como el huracán entraría por el Sur, no le preocupaba mucho. Pero llegó con furia no recordada por los vivos y fueron muchos los que perdieron todo y otros se aprovecharon con reportes falsos para estafar a los seguros y a los reaseguradores. La factoría de mi cliente, como muchos más, fue destruida.
Pasaron los días, los ajustadores no daban abasto, pedí un avance de la indemnización para acelerar la reparación y le fue concedido, pero en el transcurso mi amigo se dio cuenta que los gastos fijos como los financieros, empleomanía, alquileres, etc. seguían acumulándose y sin producción, por lo que los pagos de las pérdidas directas no serían suficientes para reconstruir la factoría y no había contratado la cobertura de gastos fijos y beneficios esperados, como tantas veces yo había insistido que hiciera.
Para suerte de mi amigo, yo lo conocía muy bien, y por la gran confianza, le hice la póliza adecuada sin su autorización, y sólo me contestó: amigo, me salvaste de la quiebra.