[dropcap]L[/dropcap]os representantes del sector empresarial, especialmente los productores nacionales, muchas veces son vistos como entes que solo apuestan a ganar dinero y a agrandar cada vez más sus patrimonios millonarios. En realidad eso es lo que son, pero no es lo único, pues sus actividades tienen componentes adicionales.
En un escenario de cero evasión de impuestos, los empresarios fungen como agentes de retención de lo que pagan los consumidores por concepto de Impuesto a la Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios (ITBIS), además de que tienen que aportar al Estado el 27% de las ganancias que obtienen en sus procesos productivos por concepto del Impuesto Sobre la Renta (ISR).
Pero ese es el aporte fiscal de los empresarios. En forma adicional, es preciso analizar el aporte social que hace un inversionista cuando decide instalar una empresa productiva en determinada zona del país, aun cuando su objetivo primario sea el de ganar dinero para enriquecerse cada vez más.
Lo primero es que invertir en una empresa es difícil. De hecho, ser empresario es difícil. Hay que hacer estudios de factibilidad, determinar qué es lo que se va a producir, ver si existe el personal calificado para ese proceso de producción, ubicar local, maquinarias, equipos, insumos y sobre todo los clientes grandes o pequeños que van a comprar los bienes que esa industria va a producir.
Entonces, hay que contratar al personal, pagarles sus salarios y garantizarles los aportes para la seguridad social, pagar los impuestos de trámite de registro de nombre, constitución de la compañía, renta del local, pago de servicios como agua, electricidad, publicidad (letreros y otros), permisos de Medio Ambiente, de Industria y Comercio, de Salud Pública, de Trabajo y de otras instituciones vinculadas de acuerdo con el tipo de bien que se va a producir.
Cuando la empresa ya está en marcha, entonces es posible que tenga una nómina de 50 empleados. Suponga que esa industria se ubica en una comunidad con alto índice de pobreza y donde tal vez no hay otras fuentes de empleo formal. En ese caso la empresa estará contribuyendo con la mejoría de la calidad de vida de 50 hogares en esa zona.
Luego, esos 50 empleados, en forma individual aumentan su capacidad de consumo: compran comida cocida cada día, por lo que es posible que en la empresa se instale un comedor propiedad de otro microempresario que gracias a ese contrato posiblemente empleará a cuatro o cinco personas más, pero además ese comedor se abastecerá de los alimentos que venden los negocios de la zona, con lo que se dinamizará la economía en los alrededores.
En forma adicional, esos empleados también compran alimentos no cocidos, lo cual hace que surjar nuevos negocios en los alrededores de sus casas como colmados, pequeñas tiendas de cosméticos, de ropa, calzados y otros artículos. Cada una de esas pequeñas tiendas o pequeños negocios tendrá empleados directos o indirectos.
Esa empresa, cuyo propietario se está haciendo más millonario, también está contribuyendo con el desarrollo socioeconómico formal e informal de la zona en donde está ubicada, lo cual se pone de manifiesto con más notoriedad cuando ocurre lo peor, es decir, cuando decide cerrar sus puertas por una razón u otra y de inmediato la economía en donde operaba se deprime, hay desempleo, baja el consumo, cierran los negocios colaterales, aumenta la delincuencia, se produce la emigración de familias hacia otras comunidades y otras calamidades más.
Cuando se analizan esos aspectos, aun reconociendo los bajos salarios que pagan los empresarios, es preciso reconocer que sus unidades productivas tienen una tasa de retorno que va mucho más allá del simple pago de impuestos. Ese aporte socioeconómico es lo que deben tomar en cuenta los gobiernos para diseñar políticas que contribuyan a su crecimiento y no a su quiebra. Ser empresario no es fácil, aunque los exitosos se lleven “el maso”, otros necesitan el apoyo equilibrado del Estado.