La economía dominicana crecerá por encima de dos dígitos al cierre de 2021. Las estimaciones oficiales establecen que podría terminar sobre los US$91,500 millones.
En términos relativos, el Banco Central lo ubica en 10.7%, mientras que entre enero y septiembre la expansión del producto interno bruto (PIB) fue de un 12.7%. ¿Cómo podemos interpretar estos datos tan halagüeños y transmisores de optimismo entre los sectores productivos? Lo primero que dejan establecido es que la economía dominicana es, sin quizá, una de las más resilientes del continente. Su recuperación, incluso por encima de las expectativas que se dieron a principios de año, han sorprendido hasta a los más conservadores economistas.
Este crecimiento de dos dígitos estimado, viniendo de un -6.7% en 2020, pone de manifiesto una recuperación real de las actividades económicas. Sólo por el lado de los empleos, a juzgar por lo que dicen los protagonistas de los sectores público y privado, todo ha regresado a la normalidad.
Y me atrevo a decir, si sirve de algo, que quizá hay muchos que perdieron sus empleos durante los meses fuertes de la pandemia que luego iniciaron sus propios negocios y se convirtieron en empleadores. Esto quiere decir, entonces, que hubo nuevos empleos creados a partir de la resiliencia económica, aunque también hay que admitir que muchos de los emprendimientos de exempleados se ubican en la informalidad.
Uno de los aspectos a tomar en cuenta en este proceso de recuperación, de acuerdo con las autoridades del Banco Central, es que el indicador mensual de la actividad económica (IMAE) ha sido influenciado por el buen desempeño de sectores de alto encadenamiento productivo, como son construcción, manufactura local, zonas francas y comercio.
Las remesas no pueden (ni deben) soslayarse por su efecto en el consumo interno, ya que la mayor parte de los recursos que reciben las familias van directos a suplir necesidades cotidianas de la familia.
La expansión ha sido tan superior a lo que se había pensado (y quizá más rápido de lo previsto), que el Gobierno echó para atrás el proyecto de reforma fiscal que tenía en planes introducir antes de que se aprobara el Presupuesto de 2022 (o después), pues la mejoría en las recaudaciones, tanto de Aduanas como en Impuestos Internos, dieron una mejor perspectiva de lo que estaba ocurriendo en la economía. Y ni hablar del consumo interno, pues sólo hay que ver cómo están las plazas, comercios, restaurantes, ferreterías, tiendas por departamentos y demás.
No todo ha sido color de rosa, por supuesto. El Estado ha tenido que acudir a mayor endeudamiento para motorizar algunos sectores y sostener programas sociales, así como para fortalecer las reservas internacionales para tenerles listas en caso de ser necesario. Y casi al final, “como el que no quiere la cosa”, un incremento de precios en los combustibles no es que ha sido tan negativo para las finanzas públicas, a pesar del subsidio en que ha incurrido el Gobierno para evitar un choque muy fuerte en los costos internos.