[dropcap]P[/dropcap]ara el gobernador del Banco Central, la economía dominicana goza de buena salud, es robusta y crece como aquellos niños ricos que vienen con el pan debajo del brazo, pero ahora con jamón de pechuga de pavo y queso gouda holandés incluido. Así lo evidencia el anuncio del crecimiento de un 7% que tuvo el PIB en 2015, según el informe preliminar de la economía.
La noticia es buena, pero no es una sorpresa, ya que nuestra economía ha crecido a una tasa promedio anual de 6.6% durante 2005-2015.
Pero, ¿qué significa que una economía logre niveles de crecimiento promedio anual como lo ha estado haciendo la dominicana? En esencia, tres cosas; primero, que las empresas están comprando más insumos de la producción, contratando nuevos trabajadores e invirtiendo más en adquisición de bienes de capital, con lo cual se supone que están produciendo una mayor cantidad de bienes.
Segundo, que la generación de empleos traerá ingresos, y con ello un aumento en la demanda de consumo por parte de los trabajadores contratados. Si a esto se añade que ha habido estabilidad de precios, en el tipo de cambio y en la tasa de interés, según el informe del BC, se ha de suponer que el pasaje para salir de la pobreza está asegurado, sería la tercera conclusión.
Y como estadística, eso está muy bonito y muy bien ubicado, como diría un famoso comediante. El problema es cuando la realidad se coloca por encima de la fantasía que invade a muchos individuos colocados del lado favorable de la distribución de la riqueza -pensión asegurada-, que conocen la pobreza solo en libros y revistas delicadamente editados. Esto viene a cuento porque ayer estuve en un paraje denominado La Cola, en el municipio de Yamasá, casi en la falda de una montaña, en donde se está construyendo una linda escuela primaria, de blocks, con un amplio comedor, baños para niños y niñas y verja perimetral resistente.
Para llegar allí tuve que conducir un largo camino a través del cual encontré niños descalzos que venían del río, jóvenes bostezando el desempleo, campesinos que hacían la siesta para evadirse, un viejito que dormía en la puerta de una choza a punto de caer, colocada al frente de la propia escuela, y solo vi la esperanza de esa comunidad en un par de bancas de apuestas funcionando con permiso del Estado.
Entonces, me pregunté para qué sirve el crecimiento de la economía si los beneficios de ello no llegan a esta gente, ni siquiera en forma de pan debajo del brazo, aunque no tenga jamón ni queso gouda.