El director interino del Fondo Monetario Internacional (FMI) para el Hemisferio Occidental, Nigel Chalk, acaba de advertir que las subidas de salarios mínimos, si son muy fuertes, pudieran provocar un incremento en la informalidad en América Latina y el Caribe, por lo que sugiere tener precaución con relación a este tema.
Estas declaraciones sorprenden a más de uno, pues se sabe la tragedia laboral que se vivió con la crisis económica generada por la crisis sanitaria que dejó la Pandemia del Covid-19 durante el año 2020, y parte del 2021.
En efecto, ha sido evidente el deterioro de la calidad de vida de los trabajadores en todo el mundo durante los dos últimos años y, en especial, en Latinoamérica, no solo a partir de la pérdida de millones de empleos, sino también por la reducción en el poder adquisitivo de la clase laboral como consecuencia de las presiones inflacionarias que se han registrado últimamente.
Una de las argumentaciones que realiza Nigel Chalk para sustentar su advertencia, es que con incrementos exagerados del salario mínimo puede ocurrir que crezca la economía sumergida, es decir, la informalidad, la cual, según afirma, es un problema común de todos los países de la región. Sin embargo, el aumento en los niveles de informalidad como resultado de la Pandemia fue, quizás, una respuesta y una tabla de salvación para miles de personas desempleadas e, incluso, para millares de microempresarios que tuvieron que cerrar sus negocios debido a la crisis.
De hecho, la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT), que en el mes de septiembre de 2022 llamó a que se mejoraran los salarios y las condiciones laborales de los trabajadores latinoamericanos, informó que “entre un 50% y un 80% de las ocupaciones generadas en el proceso de recuperación han sido en condiciones de informalidad”.
Más aún, cuando se analizan los salarios mínimos promedio en toda la región latinoamericana, se puede observar que ninguno alcanza el nivel, también promedio, del costo de su canasta familiar, lo cual indica que la capacidad de compra es limitada, lo que conduce a la adquisición de bienes que no tienen la cantidad de nutrientes necesaria para la reposición de las capacidades de los trabajadores.
Por ejemplo, el salario mínimo en Chile, el más alto de la región, es de 425 dólares (unos 22,525 pesos dominicanos), el cual pudiera ser suficiente para los chilenos pero no para los dominicanos quienes se enfrentan a un costo promedio nacional de la canasta familiar (Febrero, 2022) de RD$40,921.55. Pero imagínense a los trabajadores venezolanos con solos dos dólares de salario mínimo al mes, el más bajo de los países de América Latina y el Caribe, igual que Haití que tiene un salario mínimo de cuatro dólares.
Es cierto que la informalidad, según múltiples estudios realizados en la mayoría de los países en desarrollo, genera trabajos inestables, con bajos ingresos, sin protección social ni derechos laborales, y baja productividad; pero también es indiscutible que, en momentos difíciles de las economías, se han convertido casi en la única salida para no caer en la pobreza extrema.
Ahora bien, no caben dudas que determinados segmentos empresariales, como las microempresas, pudieran verse afectados por aumentos de salarios que puedan definirse como exorbitantes, tal y como refiere el director interino del FMI para el Hemisferio Occidental, Nigel Chalk, pero de ahí a justificar que se tenga cuidado con la elevación del salario mínimo de todos los trabajadores, quienes han sufrido las crisis de los últimos años, pudiera verse, sencillamente, como una exageración.