Rebuscando en viejos escritos de biólogos, ecólogos y físicos interesados en las relaciones dinámicas entre seres vivos y su hábitat, consideré el más idóneo para comenzar este artículo, un extracto del libro de Rachel Carson, de 1962, titulado Silent Spring (Carson Rachel, Silent Spring, Mariner Books, Anniversary Edition, 0ct 22-2022):
“La historia de la vida en la tierra, es una historia de la interacción entre los seres vivos y su entorno. En gran medida la forma física y los hábitos de la vegetación de la tierra y su vida animal habían sido moldeados y dirigidos por el medio ambiente. Durante todo el lapso del tiempo terrenal, el efecto contrario, en el que la vida modifica su entorno, ha sido relativamente leve. Es solo en el momento de tiempo representado por los últimos 25 años, que este poder ha alcanzado tal magnitud que pone en peligro a toda la tierra y su vida. Sin duda el entorno que moldeaba y dirigía rigurosamente la vida que sustentaba, contenía elementos hostiles. Ciertas rocas emitían radiaciones peligrosas; incluso dentro de la luz del sol, de la cual toda la vida extrae su energía, había radiaciones de onda corta con poder para dañar. Pero dado el tiempo, el tiempo no en años, sino en milenios, la vida se ajustó y se alcanzó el equilibrio. El tiempo era el ingrediente esencial. Ahora en el mundo moderno no hay tiempo”. Páginas 5 y 6, Cap. 2.
Debido a la debacle climática, en la cual estamos inmersos desde hace lustros, en el año 1972, el club de Roma encargó a investigadores del Massachussets Institute of Technology (MIT) una investigación sobre los límites del crecimiento. Las recomendaciones sobre los procedimientos adecuados para continuar la producción industrial, de alimentos, consumo de energía, límites de población y producción de desechos para lograr su expansión en el tiempo fueron desestimadas por los líderes de, prácticamente, todas las potencias industriales. Según ellos, de seguir con la frecuencia de ese momento, el límite sería alcanzado en los próximos 100 años. Ya ha pasado media centuria.
Fruto de los escenarios definidos por los consumos, producción y contaminación desmesurados, 28 años después, en septiembre de 2000, se celebró en New York, la cumbre del milenio. Representantes de 189 países presentaron “Los Objetivos del Milenio”. Según el secretario general de ese entonces, las personas serían el centro de atención de todo cuanto se hiciera. El punto V del resumen de esa Asamblea establece : “Actualmente nos enfrentamos a la necesidad urgente de garantizar que las generaciones futuras tengan libertad para llevar una vida sostenible en este planeta, y no lo estamos logrando. Estamos saqueando el patrimonio de nuestros hijos para sufragar prácticas insostenibles”.
También planteaba la necesidad urgente de retomar un compromiso con la acción antes del 2002 en los siguientes temas: el problema del cambio climático; la crisis de los recursos hídricos; defensa de los suelos; preservación de los bosques, la pesca y la diversidad biológica y una nueva ética de la gestión, fundamentada en: educación de la población; contabilidad verde; normativas de incentivos y datos científicos más precisos.
Estos objetivos debían cumplirse antes del 2015. En septiembre de ese año, mediante una consulta mundial y con temática diferente, pues se involucró a todos los sectores, sin importar diferencias académicas ni status jerárquicos, los ocho objetivos del milenio fueron transformados en 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS), con 169 metas de carácter integrado e indivisible, a ser concretados en 2030.
Solo el 13, acción por el clima, contiene en su presentación y contenido esa palabra dinámica, sinónimo de hacer cosas. Básicamente, el problema de todas estas formulaciones ha radicado ahí: la lírica discursiva ha prevalecido sobre el compromiso con la “acción”.
Para cumplir metas hay que tener responsabilidad, disciplina y un comportamiento ético; de lo contrario, lo propuesto no será materializado. La sustentabilidad comporta valores que deberían ser intrínsecos en los humanos, es una acepción que implica soportarse o mantenerse desde el suelo, está sostenido por sí mismo; y la sostenibilidad es mantenerse en algo externo que lo sostiene.
Algunos grupos ecológicos y científicos entienden que sustentabilidad implica una relación vinculante de progreso entre economía, sociedad y ambiente, y que sostenibilidad se refiere al desarrollo independiente de uno de esos subtemas. Todo lo sustentable es sostenible pero no todo lo sostenible es sustentable. Otra corriente piensa lo mismo, pero invirtiendo los términos.
Ambos conceptos implican un uso racional de los recursos para suplir necesidades presentes sin comprometer recursos de generaciones futuras, pero la finitud de nuestro planeta y sus limitados recursos, el crecimiento exponencial e incontrolado de la población, la producción desmesurada de desechos y contaminantes y el final de los recursos definen nuestro escenario: no hay crecimiento perenne en un espacio finito.
No importa si es sustentable o sostenible, si lo que importa, es que los recursos renovables debieron o deberían usarse con una velocidad mucho menor que su generación. Que el uso de los no renovables debió o debe de ser mucho más lento que la velocidad de sustitución por renovables y la velocidad de producción de desechos y contaminantes, mucho más lenta que la velocidad para reciclarlos, reducirlos o absorberlos.
Los expertos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tienen mucha experiencia en el uso de conceptos gramaticales y se cuidan mucho de los significados para evitar ambigüedades. Pareciera que su “Leit Motiv” es escribir textos como si fueran obras literarias para un público muy selecto.
En el 2019, parece que entendieron la diferencia entre escribir, decir y hacer, pues en base a la lentitud de los resultados y dejando a un lado la lírica, declararon el intervalo 2020-2030, “Década de la Acción”. Sustentable y sostenible son dos palabras muy vinculadas con “progreso”, concepto que es de uso común desde el siglo pasado, pues en la antigüedad, los estamentos religiosos (clero) concebían el desarrollo humano como un destino predeterminado que no había forma de modificar. La acepción general es una condición de avance con relación a una condición inicial; por consiguiente, se progresa cuando hay un desarrollo humano generalizado, un desarrollo económico distribuido con equidad y una preservación y cuidado del ambiente, todo al unísono. Esta pluralidad define la sustentabilidad y la singularidad define la sostenibilidad.
Una sociedad puede tener un desarrollo económico sostenible, aun si sus prácticas de negocio afectan el ambiente o a los humanos. Un objetivo de desarrollo sostenible puede concretarse sin que se logren los otros y sigue siendo sostenible.
El desarrollo implica la distribución justa de las riquezas, conocimientos, habilidades y bienes que generan el crecimiento, y el crecimiento es una distribución que solo beneficia a un sector en una comunidad/sociedad/nación.
Los 17 objetivos de desarrollo sostenible son, en ese orden: fin de la pobreza; hambre cero; Salud y bienestar; educación de calidad; igualdad de género; agua limpia y saneamiento; energía asequible y no contaminante; trabajo decente y crecimiento económico; industria, innovación e infraestructura; reducción de las desigualdades; ciudades y comunidades sostenibles; producción y consumo responsable; acción por el clima; vida submarina; vida de ecosistemas terrestres; paz, justicia e instituciones sólidas y alianzas para lograr los objetivos. Hay empresas e instituciones de República Dominicana que incluyeron algunos en sus planes de Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Ojalá concreten lo más que puedan.
El compromiso con la acción es determinante, si no, continuaremos ganando tiempo para seguir corriendo y quedarnos en el mismo lugar sin hacer nada. En nuestro caso, el tiempo es el polen del universo y tenemos poco.