Históricamente, la humanidad ha conocido diferentes esquemas financieros en donde inversionistas ingenuos son atraídos por falsos intermediarios que prometen un rendimiento por el dinero, mucho mayor al promedio que otorgaban, en su momento, entidades reguladas y autorizadas para captar recursos de terceros y, al mismo tiempo, invertirlo y/o prestarlo para obtener una ganancia.
Uno de los primeros eventos de este tipo fue el Caso Spitzeder, un banco que, en 1869, ofrecía un retorno de un 10% de la inversión, pero el modus operandi era que pagaba a los viejos inversionistas con los ahorros recibidos de los nuevos que eran captados. Otro caso emblemático fue el Esquema Ponzi, una forma de estafa dirigida por Carlo Ponzi, un italiano radicado en los Estados Unidos durante la década del 1920.
El Esquema Ponzi era un mecanismo de captación de fondos mediante la promesa de que se estaban adquiriendo cupones cuyo precio en Norteamérica resultaba más caro que en otros países. Así que, muchos inversores vieron allí una oportunidad de negocios lo que los llevó a invertir una gran cantidad de dinero, con la esperanza de que estas transacciones generarían elevadas ganancias (Fernández, M., s/f).
Sin embargo, la verdad era que Carlo Ponzi no estaba adquiriendo cupones, sino que las grandes sumas de dinero que estaba captando, permitían que este pagara tasa de interés de hasta un 100% en “tres meses utilizando el capital de los sucesivos nuevos inversionistas”. En esa misma línea, y según la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero de Bolivia (2009), “ya en 1989, William Miller, apodado “el 250%”, por los altos intereses que ofrecía (un 5% a la semana), se le había adelantado a Ponzi con un fraude parecido.
Otro caso paradigmático fue el de Bernard Maddof, un estadounidense corredor de bolsa y experto en inversiones. El esquema utilizado por Maddof era similar al de Carlo Ponzi, aunque el primero era un hombre de negocios especializado en finanzas, y con dos empresas legales a partir de las cuales funcionaba dicho esquema.
Por igual, la estafa consistía en recibir capitales a cambio de grandes ganancias que, al principio, se hicieron realidad pero que posteriormente se evidenció que era otro caso más de fraude financiero, aunque en este caso implicaba una desproporcionada suma de dinero ascendente a más de 50 mil millones de dólares. Un sumario también de importancia fue el del estadounidense Robert Allen Stanford quien, por casi una década, recaudó al menos 8 mil millones de dólares de inversores con la promesa de que serían utilizados en la compra de instrumentos financieros confiables.
A resumidas cuentas, existen varios elementos comunes a todos los casos de estafas piramidales. El primero de estos es la promesa de elevadas rentabilidades en plazos breves de tiempo, lo cual debe siempre resulta sospechoso pues el dinero no se multiplica ni con emisión inorgánica. El segundo elemento es que siempre se requiere el reclutamiento de nuevos inversores, pues el esquema precisa que nueva gente aporte más recursos, mientras que el tercer elemento está vinculado a las inversiones que realizan los que reciben el dinero de los inversionistas, las cuales nunca están claras ni transparentes, ni generan los rendimientos esperados.
A partir de todo lo anterior, se puede resumir que el caso Mantequilla que ha tenido vigencia durante los últimos meses en República Dominicana, es otro vulgar esquema Ponzi, sin necesidad de analizarlo mucho, con la diferencia que este puede llegar a quebrar a toda una pequeña comunidad, de las más pobres del país, por demás. Lo que hay que recordarle al susodicho es que, a través de la historia, todos los vinculados con este tipo de esquema han terminado presos, con condenas elevadas, mientras otros han decidido suicidarse. Y para algo debe servir la historia.