República Dominicana está en la ruta de los huracanes y tormentas tropicales, esas que nos visitan cada año, principalmente durante el periodo junio-noviembre, teniendo su mayor intensidad en agosto y septiembre. Esa condición convierte al país en vulnerable frente a estos fenómenos atmosféricos que, cada cierto tiempo, impactan la isla dejando a su paso miles de millones de pérdidas económicas, además de las humanas.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2017), algunos de estos eventos llegan a ser tan devastadores que pueden afectar la economía de un país de la misma forma en que una herida grave en la cabeza afecta el cerebro humano.
El BID añade: “la herida puede expandirse rápidamente y provocar una reacción en cadena desde el lugar donde se produjo el impacto a regiones distantes; se alteran funciones claves; se paralizan actividades. Un desastre natural severo no solo arrasa con la agricultura y la industria. Hay una necesidad abrumadora de volcar recursos a asistencia humanitaria y reconstrucción.
Y cuando gran parte de su base de ingresos queda destruida y actividades básicas como recaudar impuestos se ven limitadas, el gobierno avanza con dificultad y poca capacidad de ayudar al país a recuperarse”. Esto implica que hay efectos sobre el producto interno bruto (PIB) y sobre las finanzas públicas, obligando a la implementación de medidas fuertes para contrarrestar la situación económica creada.
República Dominicana ha conocido diversos fenómenos naturales que han causado estragos en su economía, así como en otros órdenes. Por ejemplo, está el caso del ciclón de categoría 4 denominado San Zenón, ocurrido en el año 1930, el cual dejó más de 3,000 fallecidos, destruyó más de 10,000 casas y causó pérdidas por más de 25 millones de pesos, suma exorbitante para la época.
Otros fenómenos atmosféricos que nos afectaron en el pasado fueron el ciclón David y la tormenta Federico (1979), los cuales, según se estima, dejaron cerca de 2,000 fallecidos, 200,000 sin hogar, y pérdidas por alrededor de mil millones de dólares, cantidad también muy elevada para la época. Con posterioridad a esos desastres, se conoce el caso del huracán George, en 1998, el cual causó 283 muertes y 2,193.4 millones de dólares en pérdidas. Así también están los casos de los cliclones Fiona, Irma y María.
De su lado, Deryugina (s/f) ha planteado que el impacto económico de los desastres naturales no termina con los daños materiales y la pérdida de vidas, también pueden afectar al empleo de las víctimas, a su salud y a sus decisiones de migración, con repercusiones potencialmente importantes a largo plazo. Otros estudiosos que han analizado el impacto económico de desastres naturales, sobre todo en países pequeños, sugieren dos medidas para mejorar su capacidad de recuperación: ahorrar más y mejorar la gobernanza, lo que implica elevar el ahorro nacional, distribuir los costos de los desastres y controlar la corrupción administrativa.
En estos días nos visita la tormenta tropical Franklin (vaya nombre), pronosticándose una gran cantidad de lluvias que provocarán, según las autoridades, inundaciones por crecidas de ríos, arroyos y cañadas, esperándose, pérdidas materiales de importancia. Frente a este fenómeno, ha habido una gran movilización tanto de instituciones del gobierno central como de las alcaldías, y también del sector privado, lo que puede ser un indicador positivo de articulación interinstitucional que, ojalá, sirva para minimizar el impacto económico que pudiera tener la tormenta de marras sobre nuestra bella isla.