Las mujeres brasileñas y dominicanas componen, en un cien por ciento, la oferta sexual de los tratantes de personas en Surinam, en donde las segundas son particularmente vejadas y explotadas ya que no cuentan, como las primeras, con una representación consular.
Investigadores participantes en la Investigación Trinacional sobre la Trata y Tráfico de Mujeres aseguran que entre tres y cuatro mil dominicanas son obligadas a ejercer la prostitución en Surinam en negocios cerrados, en su mayoría clandestinos, en donde son maltratadas, violadas… y hasta desaparecidas.
El estudio, que trata sobre flujos migratorios relacionados con el comercio sexual de Brasil y República Dominicana hacia Surinam, fue realizado por la Alianza Global contra la Trata de Mujeres, la Fundación CORDAID, Sodireitos y Mamá Cash.
Del país, participaron el Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN), el Centro de Apoyo Aquelarre y el Movimiento de Mujeres Unidas (MODEMU).
En tanto, de los 40 mil brasileños y brasileñas residentes en ese país suramericano, de 223 mil habitantes, más de mil ejercen la prostitución y padecen la constante violación de sus derechos humanos.
Brasil, Colombia y República Dominicana aportan la mayor cantidad de mujeres latinoamericanas al comercio sexual y la trata de personas con destino, principalmente, a Europa y Asia. Un dato curioso es que no hay colombianas en Surinam.
Aunque brasileñas y dominicanas tienen en común la necesidad de escapar de la pobreza y mantener a sus familias, “las dominicanas tienen una mayor conciencia de la explotación a las que están sometidas”, asegura Marcel Hazeu, representante de la organización Sodireitos, de Brasil.
“Las brasileñas no se organizan para resistir, pero las dominicanas identifican que son explotadas y violentadas. Es un grupo más solidario, se juntan para luchar y sobrevivir, aunque no tienen una comunidad ni un consulado”, agrega.
“La gran mentira de los tratantes”, estima Hazeu, “es alimentar en dominicanas y brasileñas grandes perspectivas, las cuales nunca cumplen porque para ellas la ganancia económica es escasa”.
Una salida que alimenta el imaginario de las mujeres de ambos países es lograr casarse con un surinamés rico, “no importa si se trata de un traficante de drogas, un político o un hombre con cuatro mujeres mudadas en diferentes casas, las cuales echan cuando se hartan”.
“Si una mujer logra conquistar a un surinamés o un holandés”, continúa Hazeu, “hace de todo para mantenerlo, hasta tatuarse su nombre en el cuerpo, como constancia de que es completamente suya. Se trata de una unión servil”.
Lo cierto, señala Liyana Pavón, es que muchas dominicanas regresan de Surinam maltratadas, enfermas, violadas y explotadas.
Cuando una criolla necesita ayuda en ese país, “no tiene a quien recurrir; sin embargo, si las brasileñas pierden sus documentos, su consulado les otorga una carta de ruta”.
La oficial de proyectos del COIN subraya que las dominicanas suelen trabajar en lugares clandestinos, mucho más ocultos y peligrosos que las brasileñas.
“Las desapariciones de dominicanas en Surinam no son investigadas. Muchas cuentan que sus amigas desaparecen. Tampoco hay registros de dominicanas deportadas ni cuerpos devueltos”, establece la abogada.
A su vez, Santo Rosario y Francisca Ferreiras, directivos del COIN abogan porque los gobiernos de República Dominicana, Brasil y Surinam establezcan políticas y programas de protección de los derechos de las mujeres víctimas de la trata.
“Por la pobreza y la desigualdad de género, la mujer llega al mundo del trabajo sexual. Las leyes migratorias, que supuestamente combaten la trata y el tráfico de personas, lo que hacen es clandestinizar e invisibilizar el problema y hacen que las mujeres sufran más”, expone Rosario.
El profesional entiende que tal realidad demanda el establecimiento de políticas de integración laboral, de otorgamiento de microcréditos, para que las mujeres pobres puedan insertarse en condiciones de igualdad en su sociedad de origen. “Sino”, vaticina, “ellas continuarán yéndose”.
Afirma que Surinam es un país de tránsito y destino del comercio sexual, por el movimiento económico generado por sus minas y casinos, y porque algunas mujeres pueden cruzar la frontera hacia la Guyana Francesa o emigran a Francia, Martinica o Guadalupe.
Agrega que en Antigua, una isla con una población de 80 mil personas, hay 10 mil dominicanas, en su mayoría ejerciendo el trabajo sexual; en Dominica, con 50 mil habitantes, casi mil dominicanas en iguales condiciones; y en Guadalupe, con poco más de 200 mil habitantes, hay unas 15 mil, muchas de ellas involucradas en la industria del sexo.
“En muchos de estos países, República Dominicana es sinónimo de prostitución, porque no hay una política cultural que promueva a nuestra nación como un todo”, añade Rosario.
Jackeline Leite, del Centro Humanitario de Apoyo a la Mujer, de Bahía, Brasil, asegura que la mayoría de las brasileñas y dominicanas en Surinam son madres solteras muy pobres víctimizadas por la esclavitud del trabajo sexual.
“No hay una solución única al problema”, estima, en tanto, Nerea Bilbatua, de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres. “Hacen falta muchas soluciones. Hay más fondos, mayor reconocimiento de las características de la trata, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Se trata de un fenómeno transnacional”.
Una arista importante de dicha realidad es la expresividad y el efecto demostrativo del escaso número de mujeres que logran realizar sus sueños a través de la prostitución internacional, indica Luciana Campello, del Proyecto Trama, de Brasil.
Agrega que “el porcentaje de mujeres que logran conseguir dinero es mínimo, pero expresivo, lo muestra. Empero, las que lo pierden todo, no quieren hablar”.