[dropcap]“[/dropcap]Cuando papá alquiló a 90 pesos al mes, Pepé, su hermano mayor, le dijo que si estaba loco o se había metido a sinvergüenza, y papá comenzó a sacar todos los días tres pesos de la venta; al mes eran 90 pesos, y con esos pagaba. La familia dueña del edificio le dijo que era la primera persona que pagaba puntual y que cuando fueran a vender le venderían a él”.
Juan Ismael Frías García (Juancho) explica la forma en que su progenitor, Juan Frías Payamps —asentado por siempre en la historia del comercio como Juan Payán—, empezó a tener el dominio de propiedad sobre una esquina comercial emblemática de la capital: la conformada por la avenida 30 de Marzo con calle San Juan Bosco, un punto por el que muchos dominicanos pasan por “un jamón y queso”, “un derretido” o “un zapote k”.
Estudió Agronomía, Derecho y Administración. Ahora cursa una Maestría en Negocios y se dedica a tiempo completo a llevar las riendas de la sede de Barra Payán, patrimonio de un grupo de hermanos que también expanden la marca como franquicia, mediante el establecimiento de sucursales con el capital particular de cada uno.
El propio Juancho abrió una barra en la avenida Tiradentes, en el Ensanche Naco, y otra en el kilómetro 91/2 de la Independencia, en Miramar. En ambas cuenta con el apoyo de su hija Hemaris Frías, arquitecta de profesión.
Su hermano Marcos se estableció en la avenida Rafael Augusto Sánchez casi esquina Winston Churchill, en el Evaristo Morales, mientras que Junior administra dos barras en las avenidas Rómulo Betancourt y Los Próceres.

Juan Carlos tiene la propiedad de la Barra Payán de la avenida Correa y Cidrón casi esquina Abraham Lincoln, en el Centro de los Héroes, y Yeimi la del Ensanche Ozama.
“Hemos pensado en expandirnos, a Puerto Rico, Nueva York… Cuando papá estaba vivo él no quería un crecimiento. Entendía que tenía esta barra y era la que podía manejar; pero a raíz de su muerte hemos hecho los cambios que realmente requería Barra Payán”, dice.
Su padre, que murió de 90 años de edad, mantuvo una mentalidad “difícil de cambiar”. “Ese edificio del frente es de nosotros, él lo tenía alquilado y después que murió hemos puesto una cocina moderna, tres cuartos fríos y almacén para suplir a todas las barras”.
Desde un pedestal levantado en la esquina la estatua de Juan Payán proclama en una tarja que, nacido el 27 de diciembre de 1923 en San José de las Matas, “fue el más rico de los niños porque la pobreza no lo intimidó” y que, como “buen esposo, ejemplar padre y bondadoso amigo”, se construyó su éxito.
Desgracia histórica
El general Pedro Antonio Frías, abuelo de Juan Payán, luchó en la guerra que libró Gregorio Luperón contra la anexión a España. Además, tuvo un estrecho vínculo con el general Ulises Heureaux (Lilís), logró una posición holgada y adquirió una gran extensión de terreno en Cuesta Colorada, Santiago, donde levantó una casa de 32 habitaciones en la que varias veces hospedó al dictador.
La biografía “Juan Payán: de diez centavos al éxito”, de la autoría de Fernando Reynoso, así lo relata. Abraham Frías, padre del fundador de la barra, se unió “por admiración” a la lucha revolucionaria librada por el general Desiderio Arias, con quien estableció una relación de compadrazgo, afirma.
Asentado en Las Piedras, San José de las Matas, Abraham mantuvo sus vínculos con su compadre, con quien, junto al brigadier Rafael Leónidas Trujillo, luchó contra los intentos de perpetuarse en el poder de Horacio Vásquez.
Cuando llegó a la Presidencia, Trujillo, que se convirtió en un dictador, enfrentó a Desiderio Arias como su enemigo. Su régimen lo decapitó y, según la biografía, montó una estratagema para hacer ver a Abraham Arias como el traidor, un lastre que marcó su destino.
“Abraham, desde la clandestinidad, seguía ayudando a Desiderio y sus hombres contra Trujillo. Como parte de ello, la noche del 20 de julio de 1931 habían quedado en reunirse en La Manigua, como muchas otras veces, para intercambiar información y ayuda”, cuenta Reynoso, en la biografía autorizada de Juan Payán.

Afirma que un grupo de soldados lo sorprendió. Llegaron en un camión en el que llevaban, dentro de un saco, la cabeza de Desiderio. Los militares lo apresaron y condujeron a Santiago, a donde entraron disparando al aire y pregonando: “¡Aquí llevamos la cabeza del bandolero Desiderio Arias, que capturamos con la ayuda de su compadre Abraham!”.
La racha de desgracia política en que cayó Abraham obligó a su esposa Cantalicia Payamps a hacer recaer en sus hijos los trabajos del campo en San José de las Matas. A los siete años Juan pasa a vivir donde su padrino Daniel Pichardo (Sumo), a quien ayuda en los mandados.
Luego regresa al campo y se reincorpora a las labores agrícolas. Cuando su padre Abraham muere la madre lo envía a donde sus hermanos a Santiago para que participe en el velatorio.
Deslumbrado por la modernidad, y con 12 años de edad, toma la decisión de abandonar el campo.
Con 17 centavos de la venta de arroz en cáscara que cargó en una funda de almohada se marcha a vivir en casa de un hermano que lo inscribe en la escuela de zapatería Bojos.
Estuvo allí dos años como aprendiz hasta que pasa a la licorera Isidro Bordas, donde permaneció cuatro años. Batiendo ponche Crema de Oro y trasegando ron de barrica llegó a ganar RD$24 al mes.
Manuel Rodríguez, quien lo recomendó en Isidro Bordas, se había establecido en la capital para comercializar botellas de cristal y le propuso venir. Sin embargo, un hermano de su amigo que residía en Nueva York suspendió la inversión de capital en el negocio, con lo cual Juan quedó sin empleo.
Comerciante
Cuando su amigo Manuel Rodríguez se marchó a Estados Unidos lo ayudó con los 300 dólares que sirvieron a Juan para comprar un colmadito en la calle Barahona esquina Enriquillo. No pudo hacerlo prosperar y lo vendió un año después.
En 1946 empezó a trabajar en un colmado de la avenida Mella, propiedad del comerciante judío Juan Otrishy, a quien recuerda como el primer negocio que puso anaqueles al alcance de los clientes, como los supermercados que luego trajo el futuro. Despedido a principio de 1947 pasó a ser camarero en el Dinorah Bar, ubicado frente al parque Independencia.
En 1949 pasa a la avenida San Martín a Helados Rico, cuyo propietario, José Enrique Matey, lo puso luego a administrar la cafetería La Bombonera que llegó a convertirse, además, en un conocido restaurante.
“Era punto de encuentro de artistas, periodistas y escritores que se reunían por horas a tomar café y refrescos y a hacer cuentos. En una de estas tertulias, De Windt Lavandier puso el nombre ‘medio pollo’ a aquel café que se pedía como cortadito con leche”, cuenta Juan en su biografía.
A los 26 años contrajo matrimonio con María García. La llegada de los hijos y las mudanzas lo llevaron a pedir un aumento salarial que, al negársele, lo dejó en la calle. Entonces, un amigo le habló de Rodi, una tienda de un español ubicada en la avenida San Martín. El extranjero empezó a fiarle zapatos que Juan revendía en los lugares en que había trabajado.
Después pasó a Do-Re-Mi, un restaurante del cantante Lope Balaguer y Flor de Oro Trujillo, ubicado en el lugar que hoy ocupa el hotel Napolitano. Llegó a ganar hasta RD$152 a la semana pero el negocio decayó y terminó laborando en El Dragón.
Sonría Juan… es el futuro
Abrió las puertas de Barra Payán el 10 agosto de 1956. Un comerciante llamado Oscar que estaba clausurando la cafetería atrajo la atención de Juan Payán. Iniciaron un regateo que terminó con el acuerdo de compra de “el punto” (el local era alquilado) por RD$800, que el nuevo propietario debió salir a buscar prestados.
“Cuando papá abrió, Babín Echavarría, el papá de Fernando Echavarría, que era humorista, le sugirió que le pusiera barra y Payán, por su apellido. Barra es por el mostrador y era un término que se usaba en Puerto Rico. Babín, que había ido a Puerto Rico, le sugirió barra, aunque después se asoció la palabra barra a prostíbulo en los pueblos”, cuenta Juan Ismael Frías García.
Era la Era de Trujillo y Juan, que tenía que pagar RD$90 de alquiler, buscaba la forma de atraer clientes. Organizó un concurso que premiaba con cinco pesos a quienes comieran más bizcochos de cinco centavos en cinco minutos. A las 3:00 de la madrugada sonaba una campana y brindaba una taza de té a los comensales.
En 1962 la dueña del edificio, Altagracia Dravy, decidió venderle. Después de un proceso de negociación Juan paga RD$19,000 por la propiedad que tenía una hipoteca de RD$9,000. Juan recuerda que en una etapa en la que asumió el compromiso se producían muchos incendios en los cañaverales y el Gobierno aumentó las brigadas de cortes.
“Envió a muchos servidores públicos, policías, guardias y estudiantes a esta faena y por supuesto, necesitaban suplirles el almuerzo”. “Barra Payán empezó a recibir tal cantidad de pedidos que tenía que trabajar hasta veinte horas al día”, dice.
De ahí en adelante toda su biografía se vuelve abundancia: Avicultura Santo Domingo (que importaba pollos y alimentos avícolas desde Puerto Rico), fincas (en Guerra, San Cristóbal y Pedro Brand) y Payán Club, en la zona oriental.
Encendió una antorcha que ahora pasa a sus nietos
“Nosotros no nacimos en una situación económica buena, vimos parte de eso, pero ya los nietos no ven nada de eso”, afirma Juan Ismael Frías García, sobre las dificultades que debió enfrentar su padre.
“La tercera generación es la más peligrosa, la que deja caer los negocios, la segunda la mantiene porque sabe el sacrificio que tuvieron sus padres”, dice.

“Por eso -añade- estamos trabajando con la tercera generación, tenemos cuatro de la tercera generación, dos aquí, una en Naco y otro en el Evaristo Morales para que sientan orgullo de que son parte de la familia Payán”.
“Papá, que murió hace dos años, tuvo diez hijos. Tres viven en la Florida, y de los que estamos aquí cuatro tenemos Barra Payán”.
Sostiene que los hijos de Juan Payán supieron desde siempre que su padre había creado un tesoro en el que los hizo trabajar desde niño. “En el colegio los amiguitos me hablaban de Barra Payán. Siempre que toco el tema de Barra Payán la gente de una vez empieza a preguntar”, dice.
“La gente de fuera lo ve suave, pero trabajo de lunes a lunes. Tenemos dos sobrinas trabajando aquí, una en producción y una en contabilidad. La de producción, incluso, nació y se crió en la Florida y vino a trabajar acá”, resalta.
Explica que el negocio tiene unos 80 empleados solo en la principal y alrededor de 250 con todas las sucursales. Ahora vive un proceso de fortalecimiento de la marca y pone mayor cuidado en sus procedimientos después que el Estado multó el negocio porque “hubo un descuido de parte del contable de ese momento”.