[dropcap]L[/dropcap]as calles de la capital y las principales ciudades dominicanas fueron tomadas por la informalidad desde tiempos inmemorables. Lo que sucede aquí, hasta prueba en contrario, es una muestra fehaciente de la falta de oportunidades de un segmento de la población que no tiene alternativas. Para otros pudiera ser la debilidad de las instituciones del Estado encargadas de regular el tránsito y de ofrecer seguridad a la población.
Al caos del tránsito se agregan los molestosos y a veces necesarios vendedores ambulantes. Pero si bien la venta de cualquier artículo y ofrecimiento de una gama infinita de servicios no es una actividad nueva en las calles dominicanas, la presencia combinada de haitianos y venezolanos sí lo es.
Además de las ofertas tradicionales introducidas por los dominicanos, que incluyen perros, frutas, artículos electrónicos, pan, plátano, guineo maduro, zapatos, ropa interior, perfumes, flores, limoncillos y todo lo que quepa en la imaginación, los haitianos y los venezolanos se han encargado de diversificar el negocio callejero.
En el caso de los haitianos, que también venden prácticamente todo lo que ofertan los dominicanos, incluyen maní y derivados, agua, helados y hasta productos de santería. Los venezolanos se han integrado con las famosas cachapas y sus diversas versiones, jugos naturales con un toque particular y malabaristas, como en otras ciudades latinoamericanas, que son comunes ver en las principales esquinas del polígono central de Santo Domingo.
Lo único que momentáneamente logra reducir la presencia de extranjeros indocumentados en las calles son las redadas de la Dirección de Migración. Pero luego regresan.
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