Cuando se analizan los acontecimientos históricos de los países, una de las principales referencias que llegan a la mente de los interesados es la que se refiere a saber quién gobernaba la nación de referencia en ese momento.
Esto indica que la gente, por lo general, no se interesa en saber quién o quiénes dirigían determinadas instituciones vinculadas o no con aspectos positivos o negativos de una gestión. El interés se resume en identificar al gobernante de turno.
En República Dominicana no es diferente. Basta con recordar determinados acontecimientos de triste recordación como aquella poblada de 1984 en que parte del pueblo se lanzó a las calles en protesta por el alto costo de la vida. El Gobierno reaccionó mandando militares a las calles que acabaron con la vida de decenas, tal vez cientos de ciudadanos que protestaban.
Esa crisis fue terrible y provocó en parte la salida del poder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Pocos recuerdan quién era el secretario de las Fuerzas Armadas de entonces, o quiénes dirigían las instituciones de política económica como Finanzas, Banco Central y otras.
Lo que sí recordamos todos es quién era el presidente de entonces: Salvador Jorge Blanco, quien terminó desacreditado, apresado y con su futuro político disuelto. No nos enfocaremos en los elementos que incidieron en esa situación, pero sí en el hecho de que a ese presidente se le pegó lo bueno y lo malo de su gestión.
En 1990 el país vivía una terrible crisis económica, con inflación sobre el 100%, escasez de gasolina, escasez de azúcar, escasez de toda clase de bienes, tanto que el presidente reeleccionista de entonces, Joaquín Balaguer, es recordado por haber retenido el poder por medio de un fraude electoral.
El caso negativo más reciente es el de la crisis financiera de 2003, cuando un grupo de banqueros incurrió en acciones indecorosas que provocaron la quiebra de las entidades que presidían, algo que tuvo mucho que ver con el descuido de las autoridades reguladoras de entonces. En resumidas cuentas, esa crisis afectó seriamente la economía del país, la inflación se colocó en un 46%, más de tres millones de personas agudizaron sus niveles de pobreza y el intento reeleccionista de 2004 fracasó, además de que se dio el principio del proceso de destrucción del otrora poderoso PRD.
Pocos recuerdan que Frank Guerrero era gobernador del Banco Central o que Alberto Atallah era Superintendente de Bancos, o que el secretario de Finanzas lo fue Fernando Álvarez Bogaert y que el secretario Técnico era Rafael Calderón, entre otros funcionarios que luego les sustituyeron justo al momento en que explotó la crisis.
Lo que sí recuerdan todos los dominicanos es que el presidente de esa época era Hipólito Mejía. Por lo que si bien los más adultos recuerdan que los dos primeros años de gestión de Mejía fueron relativamente buenos, también colocan en sus hombros el fracaso financiero y administrativo que acabó con la economía dominicana en los dos años siguientes de su gestión.
Lo anterior indica que en países presidencialistas como República Dominicana, los gobernantes no sólo deben preocuparse de que su conducta sea correcta y de no incurrir en actos indebidos. También deben velar porque sus funcionarios de más confianza también hagan lo propio.
Hoy en día se habla de exfuncionarios que habrían amasado escandalosas fortunas mediante el aprovechamiento del erario y otros que hasta se jactan de los millones acumulados durante el poco tiempo que estuvieron frente a determinadas instituciones del Estado.
Pero hacia el futuro, cuando se analice la historia sobre los escándalos de corrupción en determinadas épocas, no aparecerán los nombres de esos exfuncionarios y hasta de funcionarios activos. Los nombres que aparecerán serán los de aquellos que presidían el país en ese o este momento.
Ser Presidente de la República no es sólo agotar cuatro u ocho años de gestión, o volver a ocupar el puesto. Es también tratar de ser bien recordado por sus años en el poder, pues es claro que al Presidente de turno se le pega lo bueno y también lo malo de su período de gestión. A nadie más.