Otra vez, sin más ni para qué, los empresarios del transporte de carga volvieron a la carga. Son incontables las ocasiones en las que han puesto al país en condiciones difíciles, especialmente a los sectores productivos que sí generan valor agregado a la economía y empleos formales. El transporte de carga se ha vuelto una carga pesada para la economía del país y su propósito de ser competitiva.
Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI haya un sector que no entienda que la libertad de selección del prestador de un servicio es un derecho que sobrepasa lo constitucional. Las recientes protestas de los transportistas de carga hay que verlas con más de un ojo. Este sector, es de todos conocido, ha perdido mucho terreno ante la razón y la lógica de sus actuaciones.
Por un lado está la pérdida de causa que tuvieron ante los tribunales porque quisieron (e insisten) mantener un monopolio injustificado en transporte de mercancía desde y hacia los puertos. Por supuesto, olvidan que al ser ellos un eslabón en la economía, no pueden ser objetos que pretendan vivir sin el concurso de los demás.
En una economía libre, en la que sus agentes interactúen en un contexto de eficiencia, el monopolio no tiene cabida. No se puede predicar sin dar el ejemplo correcto.
Las últimas protestas, escudadas en el alza de los combustibles, y que ciertamente podrían tener razón, no sólo deben relacionarse con un asunto de costos, sino de la pérdida de causa y razón por la forma en que han venido actuando de espaldas a los intereses del país.
Competir, competir y competir, esa es la única opción para todos.