Hay petróleo en República Dominicana. De eso no hay duda. Azua, esta provincia sureña productora de tomates, banano, maíz dulce y otros rubros de importancia en la economía y gastronomía criolla, es la zona más explorada del país y donde, al parecer, hay pruebas fehacientes de su existencia. También, lamentablemente, es una demarcación geográfica con grandes retos en términos de superar los niveles de pobreza de su gente.
Hace más de un siglo que se descubrió petróleo en Azua y otras emanaciones en otros lugares del país. A la fecha no se sabe a ciencia cierta qué se puede decir respecto a las expectativas, reales o no, de que en un futuro República Dominicana pueda explotar comercialmente este recurso natural. Por supuesto, hay que determinar si su calidad y cantidad son lo suficientemente atractivas para los inversionistas.
Por lógica geofísica, topográfica y condiciones de posicionamiento, el país está en medio de algunas de las cuencas más importantes del mundo en términos de producción de petróleo, lo que aviva las esperanzas de que algún día aparezca en cantidad y calidad suficiente. A manera de referencia, República Dominicana está entre Venezuela, con las reservas probadas más grandes del mundo; Trinidad y Tobago, productora de gas y petróleo; Colombia, con petróleo y carbón mineral; Cuba, con petróleo, y el Golfo de México, cuyas reservas son compartidas por los mexicanos y estadounidenses.
El Ministerio de Energía y Minas ha actualizado la base de datos luego de un proceso de relanzamiento de la estrategia de exploración. Se han hecho investigaciones en el mar territorial dominicano y, además, se han iniciado procesos abiertos de licitación para atraer inversionistas. Esto debe continuar porque quizá ahí está la clave para saber toda la verdad respecto al potencial del país en materia de hidrocarburos.
Lo único que puede traer resultados positivos, o los que fueran, es la constancia y determinación del Estado a encontrar un yacimiento (o más) con potencial explotable. Basta con sólo uno para que el país se convierta en un destino de inversión petrolera, que aunque sea la panacea para resolver algunos de los problemas fundamentales del país, como es el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos, podría aliviar en parte este lastre. Apostar, apostar, es lo que le queda al país.